Al señor Silver le despertó el ruido de la
puerta del conductor al cerrarse. Cuando le abrieron la suya, se dio cuenta de
que ya estaba dentro de la señorial casa de los McSliverly. Se apeó y, bastón
en mano y sombrero puesto, miró la hora: las 10:45. Aún faltaba un cuarto de
hora hasta que empezara la lectura de las últimas voluntades del patriarca
de los McSliverly. Estaba ya llegando a la puerta cuando, súbitamente, se
volvió y trotó de vuelta al coche: había olvidado un sobre de color amarillo fechado
el 22 de enero, dos días antes de la muerte del causante. Lo cogió, se lo
guardó en el bolsillo interior de la americana negra que llevaba bajo el abrigo
y, a paso más rápido que antes, volvió a la entrada de la mansión. Tocó el
timbre y comprobó la hora: las 10:55.
Un criado le abrió y se ofreció a coger el
abrigo largo y negro del señor Silver, quien sin dudarlo se lo entregó. Hecho
esto, el recién llegado se dirigió al gran salón con biblioteca, donde se
realizaría la lectura del testamento del Sr. McSliverly. Como ya conocía el
camino- pues tiempo atrás él vivió allí- en pocos minutos se encontró en la
puerta correera de entrada a la sala. Una vez dentro, tomó asiento en una de
las últimas filas y miró el reloj: las 10:55.
En los cinco minutos que faltaban, el señor
Silver se dedicó a identificar al resto de los presentes. En las dos primeras
filas pudo ver que estaban los miembros de la familia McSliverly y la hija del
fallecido. El joven Sean tampoco había acudido esta vez. En las dos siguientes
estaban sentados los pocos amigos de Libriscivis que le quedaron al difunto
junto con secretarios y compañeros de toda la vida y su antiguo administrados:
"los incondicionales" pensó el Sr. Silver. En la quinta y última
fila, junto con él, se encontraban los curiosos y antiguos empleados del
muerto, por si había suerte y conseguían algo.
En ese momento tocó once veces el reloj:
las 11:00…