Ya han pasado casi cinco meses desde
que se fue, desde que pasó de acompañarnos en carne y hueso a hacerlo igual,
pero espiritualmente; desde que empezó a caminar con nosotros a nuestro lado sin
que podamos verlo. Ya han
pasado cinco meses desde que mi padre se marchó y ahora, por fin, he encontrado
la fuerza para escribir esto. Antes de continuar debo hacer dos avisos:
primero, esto que sigue está inspirado en lo que mi hermano leyó el día del
funeral de mi padre a lo que yo no pude añadir nada porque era perfecto;
segundo, alternaré entre la primera persona del singular y del plural porque
hablo en mi nombre y en el de aquellos que le queríamos.
¿Qué puedo decir de él? Fue una
persona cariñosa, agradable, sonriente y que nunca dudó en echar una mano a
quien le pidiera ayuda. Fue alguien que jamás se lo pensó dos veces en darlo
todo por aquellos a quienes más quería. Aun cuando vivimos separados por los
kilómetros que hay entre su casa y Barcelona, siempre se aseguró de que no nos
faltara nada para poder tener una buena educación y crecer así como personas.
Sí, gracias a él tuve unas oportunidades que me han marcado para siempre. A
modo de ejemplo, él quiso que fuera a Irlanda a hacer varias estancias allí
para aprender inglés y de ahí nació en mí un amor no solo por las lenguas
extranjeras, sino también por la bella
isla. Curiosamente, ese fue el último viaje que compartimos, una semana en
Irlanda, de la que solo traje buenos recuerdos. También me propuso él que fuera
a Ginebra y Bremen, donde conocí a gente maravillosa y aprendí mucho. Eso,
que es parte de mi educación académica y humana, se lo agradezco enormemente.
Ahora bien, eso no es todo, ni
mucho menos. Algo tan nimio como ser siempre agradecido y querer a quienes me
rodean con todo mi corazón y alma también lo aprendí de él. Estos valores así
como la importancia del trabajo diario y el esfuerzo los adquirí de mi padre y no solo
porque lo dijera, sino porque lo vi durante toda su vida. Siempre me enseñó a
dar lo máximo de mí mismo en todo aquello que hiciera, a poner el máximo empeño
para hacerlo perfecto.
Visto en retrospectiva, solo
tengo palabras de agradecimiento para él. Gracias por haberme acompañado
durante casi 22 años de mi vida. Gracias por haberme guiado por el camino en el
que me encuentro ahora. Gracias por haber colaborado a que llegara a donde
estoy proporcionándome una buena formación académica y dándome las
oportunidades que me has brindado. Gracias por crear en mí inquietudes para
aprender, escribir, leer; por enseñarme la importancia de ser responsable y
constante, de ser buen amigo de mis amigos y cuidarles siempre. ¡Gracias por
todo, papá!
No hace falta que lo diga, pero
estoy seguro que sabe que en nuestro corazón nunca morirá, que siempre estará
con nosotros caminando, que siempre nos guiará y, cuando la oscuridad cubra
nuestra ruta a buen puerto, él hará de faro y nos dirá qué camino debemos
tomar.
Por supuesto, tu marcha no fue un
“adiós”, ni un “adieu”, sino un “hasta
la vista” o “au revoir”, porque nos
encontraremos de nuevo. Porque volveremos a estar todos reunidos de nuevo. Te
queremos muchísimo. Para terminar con
este pequeño homenaje a mi padre, citaré a François Mauriac, que dijo una vez “la muerte no nos roba los seres amados. Al
contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo”. Estoy
totalmente de acuerdo: ¡qué gran verdad!
¡Hasta pronto, papá, nunca te
olvidaremos!