domingo, 16 de octubre de 2016

¡Nunca caerás en el olvido!

Ya han pasado casi cinco meses desde que se fue, desde que pasó de acompañarnos en carne y hueso a hacerlo igual, pero espiritualmente; desde que empezó a caminar con nosotros a nuestro lado sin que podamos verlo. Ya han pasado cinco meses desde que mi padre se marchó y ahora, por fin, he encontrado la fuerza para escribir esto. Antes de continuar debo hacer dos avisos: primero, esto que sigue está inspirado en lo que mi hermano leyó el día del funeral de mi padre a lo que yo no pude añadir nada porque era perfecto; segundo, alternaré entre la primera persona del singular y del plural porque hablo en mi nombre y en el de aquellos que le queríamos.

¿Qué puedo decir de él? Fue una persona cariñosa, agradable, sonriente y que nunca dudó en echar una mano a quien le pidiera ayuda. Fue alguien que jamás se lo pensó dos veces en darlo todo por aquellos a quienes más quería. Aun cuando vivimos separados por los kilómetros que hay entre su casa y Barcelona, siempre se aseguró de que no nos faltara nada para poder tener una buena educación y crecer así como personas. Sí, gracias a él tuve unas oportunidades que me han marcado para siempre. A modo de ejemplo, él quiso que fuera a Irlanda a hacer varias estancias allí para aprender inglés y de ahí nació en mí un amor no solo por las lenguas extranjeras, sino  también por la bella isla. Curiosamente, ese fue el último viaje que compartimos, una semana en Irlanda, de la que solo traje buenos recuerdos. También me propuso él que fuera a Ginebra y Bremen, donde conocí a gente maravillosa y aprendí mucho. Eso, que es parte de mi educación académica y humana, se lo agradezco enormemente.

Ahora bien, eso no es todo, ni mucho menos. Algo tan nimio como ser siempre agradecido y querer a quienes me rodean con todo mi corazón y alma también lo aprendí de él. Estos valores así como la importancia del trabajo diario y el esfuerzo los adquirí de mi padre y no solo porque lo dijera, sino porque lo vi durante toda su vida. Siempre me enseñó a dar lo máximo de mí mismo en todo aquello que hiciera, a poner el máximo empeño para hacerlo perfecto.

Visto en retrospectiva, solo tengo palabras de agradecimiento para él. Gracias por haberme acompañado durante casi 22 años de mi vida. Gracias por haberme guiado por el camino en el que me encuentro ahora. Gracias por haber colaborado a que llegara a donde estoy proporcionándome una buena formación académica y dándome las oportunidades que me has brindado. Gracias por crear en mí inquietudes para aprender, escribir, leer; por enseñarme la importancia de ser responsable y constante, de ser buen amigo de mis amigos y cuidarles siempre. ¡Gracias por todo, papá!

No hace falta que lo diga, pero estoy seguro que sabe que en nuestro corazón nunca morirá, que siempre estará con nosotros caminando, que siempre nos guiará y, cuando la oscuridad cubra nuestra ruta a buen puerto, él hará de faro y nos dirá qué camino debemos tomar.

Por supuesto, tu marcha no fue un “adiós”, ni un “adieu”, sino un “hasta la vista” o “au revoir”, porque nos encontraremos de nuevo. Porque volveremos a estar todos reunidos de nuevo. Te queremos muchísimo.  Para terminar con este pequeño homenaje a mi padre, citaré a François Mauriac, que dijo una vez “la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo”. Estoy totalmente de acuerdo: ¡qué gran verdad!


¡Hasta pronto, papá, nunca te olvidaremos!