lunes, 9 de diciembre de 2013

Un nuevo comienzo

Caminaba por las grises calles de la ciudad. Aunque solo eran las cuatro de la tarde, parecía ya que fueran las ocho: las nubes oscuras cubrían el cielo y el Sol, de manera que parecía que había niebla dentro de la ciudad. Esto lo acentuaba la lluvia: las finas gotas hacían que pareciera que la ciudad estaba oculta bajo un manto de bruma espesa. Por la falta de luz se encendió el alumbrado de la ciudad que, por las cortinas de lluvia, emitían una luz fantasmal de color blanca.

Las calles estaban prácticamente vacías: los pájaros estaban ocultos en sus nidos y los únicos sonidos que se oían eran las gotas de lluvia impactando contra el suelo o los edificios, las calesas tiradas por caballos que ocasionalmente pasaban y los pasos de los pocos viandantes que caminaban hacia la estación bajo el agua y la oscuridad.  Esta no era muy grande para la cantidad de trenes que por allí pasaban diariamente, pero el edificio estaba recién construido, por lo que era la estación más moderna de la ciudad.

Cuando entró, Richard, sin sacarse la empapada capa que llevaba, bajo la que había podido cubrirse él y su pequeña maleta con lo poco que le quedaba, se dirigió al mostrador y compró un billete para el próximo tren con dirección a Scarborough. "Con suerte", pensó, "llegaría al cuartel a tiempo para ingresar ese mismo día, no podría permitirse una habitación en una pensión". Cuando ya lo tuvo, se dirigió al andén, donde vio a tres jóvenes con sus familias y sus amigos. "Seguro que también van hacia Scarborough para ingresar  en el ejército para poder optar a una vida mejor que la que les espera si se quedan aquí...". El ruido de un tren que se aproximaba a la estación le sacó de sus pensamientos. Se levantó y esperó a que este llegara y parara. Se abrió la puerta del vagón pero nadie bajó, por lo que decidió que era el momento de subir. Con el rabillo del ojo vio como los chicos hacían lo mismo dejando atrás a gente que les despedía con lágrimas. Antes de entrar, miró hacia atrás con tristeza, nadie había allí para él, nada dejaba atrás: todo lo suyo lo tenía en la capa y la maleta. Con paso firme montó y entró. Llegó a su compartimento y se sentó en uno de los dos sitios sin cerrar la puerta corredera, por si otro pasajero decidía ocuparlo.

Ya se podía escuchar la campana de aviso y el grito del revisor diciendo "¡pasajeros al tren!" para anunciar su próxima partida, cuando una figura oscura apareció en el andén y se subió en el mismo vagón que Richard, se instaló en el otro puesto y, sin decir nada, corrió la puerta. Una vez se hubieron cerrado todas las entradas a los vagones, con un fuerte silbido, el tren retomó su camino, que bien iba a durar unas cinco o seis horas, hacia Scarborough, donde el joven Richard iba a poder empezar de cero: su vida tendría un nuevo comienzo...

viernes, 6 de diciembre de 2013

Agradecimientos

En nuestro paso por esta tierra, nos cruzamos con una infinidad de personas: al pasear por la calle, en el cine, en la biblioteca y en otros lugares, pero una parte de estas pasa y su huella, como la que dejamos al caminar por la playa, desaparece casi instantáneamente -¡si es que han llegado a dejar!-. No obstante,  hay otro grupo que deja una marca imborrable que jamás se irá: estos son esos a quienes jamás olvidarás y que, si un día lo hicieres, cuando vuelvas a cruzártelos, será como si ni un solo día hubiera pasado desde la última vez que estuvisteis juntos. Otros, la gran mayoría, son un término medio: es decir, dejan su rastro en uno, pero conforme transcurre el tiempo, este se va borrando hasta quedar en nada: un pequeño vestigio que al final del día solo se mantendrá si el contacto no se ha perdido completamente.

Estos agradecimientos van dedicados a los tres grupos: a los que ya han pasado y quizás no vuelva a verlos; a aquellos que, en estos momentos, nuestras vidas han tomado una misma dirección y que durante un tiempo, más largo o más breve, avanzaremos en un mismo barco buscando llegar al mismo objetivo o que nuestros caminos se han juntado y que, durante una etapa más larga o más corta, caminaremos juntos; y a aquellos a los que a día de hoy no conozco, ni sé sus nombres ni cómo son, pero sé que entrarán en mi vida, ya sea fugazmente o de forma prolongada. Este reconocimiento lo hago porque estoy seguro de que aquella huella, marca, influencia que dejen en mi vida, junto a mis experiencias diarias, van construyendo a la persona que soy. Porque gracias a vosotros, que si me leéis significa que de alguna manera, pertenezco a uno de los tres grupos (como mínimo al primero), soy como soy: aunque haya sido un simple rato charlando, una semana caminando hacia Santiago, un tiempo en el extranjero,  unas semanas haciendo prácticas de conducir o unos años en la misma clase, de alguna forma u otra me habéis enriquecido y, de corazón, deseo haber tenido un efecto similar en vosotros. Para acabar, y adaptando la frase que dijo un profesor al concluir un curso, "si no habéis sacado nada positivo en el tiempo pasado, espero que al menos no hayáis perdido nada bueno" (la frase original era: "si no habéis aprendido mucho en este curso, espero que, al menos, no hayáis desaprendido nada", parafraseando a un profesor suyo de la misma casa, la Universidad Pompeu Fabra).


¡Muchas gracias a todos!

jueves, 24 de octubre de 2013

La leyenda del pájaro de fuego

"En otro tiempo, vivía un gran rey que tenía tres hijos: el mayor se llamaba Robert; el segundo, Louis; y más joven, Philippe. En el jardín del palacio había un gran manzano que había sido plantado por la difunta reina tiempo ha. Cada año, el bello árbol se cubría de suculentas manzanas que, inexplicablemente, desparecían.
Un día, Robert decidió hacer guardia junto al árbol. Cuando llegó la noche, él se escondió y esperó, pero como no vino nadie, se durmió. A la mañana siguiente, cuando el rey fue a contar las manzanas, se dio cuenta de que alguien se había llevado tres.

El turno de Louis llegó al día siguiente. El joven vigiló el árbol pero, hacia medianoche, se durmió y no consiguió ver al ladrón. La tercera noche fue Philippe quien debía estar a la espera del extraño y, para ello, tomó su fusil para cuando este llegara. Hacia las dos de la mañana, cuando todavía estaba oscuro, un gran ruido le despertó y lo vio: era un gran pájaro de alas brillantes. A pesar de la magnificencia del animal, él sabía que debía pararlo, por lo que apuntó con su arma  y le disparó. El grito del ave fue estremecedor y huyó despavoridamente, dejando una de sus brillantes plumas en el árbol.

Cuando Philippe se la enseñó a su padre, el rey admiró la preciosa pluma del ave maravillosa y estaba tan encantado por su belleza que hablaba sin cesar sobre el misterioso ladrón y daría la mitad de su reino para poseer a ese animal extraordinario. Se pasaba el día pensando en él, dejo de comer y los médicos empezaron a temer por su salud. Entonces, el rey, cuya salud ya se resentía, reunió a sus hijos en su alcoba y les pidió que encontraran el ave que Philippe había herido junto al manzano.

Tras una noche de preparativos, los tres príncipes partieron al día siguiente, bajo la protección del Sol, en busca del extraño animal. Poco tiempo después, Robert y Louis volvieron decepcionados al castillo pues no habían encontrado ninguna pista de la maravillosa ave. El padre, que con el paso de los días se consumía, al ver a sus dos hijos volver sin éxito alguno, empeoró y temieron que sus días ya llegaran a su fin. No obstante, tenía él aun una pequeña esperanza: el más joven de los príncipes seguía buscando al ave.

Mientras todo esto ocurría, Philippe, la última esperanza del rey,  había encontrado una cueva de la que salía una luz que parecía un gran fuego. Movido por la curiosidad, se acercó y, petrificado, vio como el ave que había herido se consumía en fuego y de sus mismas cenizas resurgía majestuosamente. Decidido a capturar al fénix, Philippe atacó al animal mientras este dormía, pues sabía que en cualquier otro momento le sería imposible, y, a pesar de ser herido de gravedad, consiguió reducirlo y atarlo al corcel para así tomar el camino de vuelta al castillo de su padre llevarlo ante él.

Tras tres días de cabalgar sin descanso, el príncipe benjamín llegó a la fortaleza y al llegar al patio de armas donde fue recibido por sus hermanos, cayó al suelo exhausto y al borde de la muerte. El animal, que sabía que las intenciones de Philippe al capturarlo eran buenas pues quería salvar a su padre de la muerte, se apiadó de él y, en lugar de dejarlo morir, se acercó al jinete y derramó algunas lágrimas sobre sus heridas. Ante el asombro de Robert, Louis y el resto de los presentes, estas dejaron de sangrar y cicatrizaron automáticamente.

El rey, al borde de abandonar este mundo, llamó a uno de sus ayudantes para que le dijera a qué se debía ese alboroto, pero en vez de ser su criado quien abriera la puerta, fue Philippe y detrás de él apareció el majestuoso fénix que, haciendo uso de nuevo de sus habilidades mágicas, sanó al anciano monarca,  llevándole paz a su interior y haciéndole recuperar la vitalidad.

Desde entonces se dice que el animal vela la ciudad, aunque esta le haya olvidado y solo su universidad le tiene como símbolo tras su renacimiento de las cenizas después de los bombardeos en 1944. Esta es Caen."

Agradezco a Lorraine, profesora de francés, por entregarnos un ejercicio con parte del cuento, y a Bea, compañera de clase, por colaborar en la escritura de parte del resto.

sábado, 20 de julio de 2013

In Memoriam: José María García Perrote

  En el mundo hay dos tipos de personas: aquellos que cuando pasan por la vida de uno lo hacen como si nada, y aquellos que dejan huella. Entre los primeros, se encuentra la gran mayoría de los que se cruzan con nosotros. José María, sin duda alguna, pertenece al segundo grupo.

  Para todos nosotros él ha sido siempre un ejemplo de vida. Con la suya, nos ha enseñado cómo hemos de vivir para poder decir que no hemos desperdiciado nuestro paso por el mundo. Gracias a él, hemos aprendido las actitudes necesarias para triunfar en los principales ámbitos de nuestra existencia: el familiar, el social y el laboral. Además, también nos ha mostrado que siempre hemos de ser humildes y trabajadores, de tal forma que así nos ganemos el respeto de las personas y sintamos que hemos realizado lo correcto, pero jamás pensando que somos mejores que nuestro prójimo. 

  Asimismo, observando su forma de actuar y de vivir, hemos podido descubrir que él siempre ha sido un gran compañero de trabajo, amigo de sus amigos y un buen padre de familia, pues tanto sus amistades, como sus colegas del trabajo, como nosotros, su familia, le apreciamos y tenemos de él la mejor imagen posible, la de una persona clara, sencilla, liberal, diplomática, que siempre daba buenos consejos y que era servicial, pues para él, como dijo Tagore, “el servir era alegría”

  Igualmente, José María constantemente mostraba una de sus mayores virtudes: el ser agradecido. Es decir, en él hemos podido ver a una persona siempre complacida, que siempre sonreía a todo el mundo, que siempre te recibía con los brazos abiertos, que siempre estaba contento cuando ayudaba a una persona y esta colaboración tenía el fin esperado. En otras palabras, José María era una persona agradable y agradecida, y todos aquellos que le conocimos nos dimos cuenta de esto y, por eso mismo, no pasó por la vida de nadie sin dejar su marca positiva.

Muchas gracias por todo José María


“Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años.” Abraham Lincoln

“La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo” François Mauriac

miércoles, 10 de julio de 2013

Las Decisiones y sus consecuencias (Confesión de un abuelo a su nieto)

"Queridísimo nieto:

Ahora que me encuentro en mis últimos días, me gustaría hacerte una confidencia para que no te ocurra lo que a mí, ya que estás en plena época de toma de decisiones. Mi objetivo con esto es que conozcas lo que soñé en mi juventud, lo que acabé haciendo y cómo me siento ahora por ello. Cuando termines de leerlo espero que lo entiendas.

Siendo joven, yo era un soñador dividido en dos facetas: la de estudiante y la de escritor. Sin embargo, compatibilizarlos, a pesar de su apariencia sencilla, no lo fue y no me quedó otra que eliminar a una de las dos dimensiones personales. Cuando elegí cual, aparentemente escogí bien, pues gracias a haber acabado con mi “yo literario”, he podido llegar a donde estoy. Aunque debo reconocer que, desde ese día, me pregunto cómo sería ahora mi vida si no hubiera hecho eso. Este, nieto mío, fue mi primer sueño roto. Pero no fue el único.

También, cuando estaba acabando, finalizando, mi etapa escolar, soñé que podría convertirme en profesor de latín, para poder transmitir mis conocimientos a los estudiantes para así enriquecer sus vidas. Pero la coyuntura económica y los grupos de presión familiares me lo impidieron haciéndome creer que no tendría salida laboral alguna y que lo mejor que podría hacer era olvidarme y dedicarme a las leyes. Les hice caso y con el tiempo me convertí en el jefe y administrador de los negocios familiares. A pesar de esto, nunca me sentí realizado con lo que hice ni orgulloso por ello. Así murió otro sueño.


Nieto mío, a pesar de haber conseguido aumentar el patrimonio familiar y haberme dado un mayor reconocimiento social a mí y a la familia, he de decirte que no son más que cosas superficiales que con el tiempo pasan, ya que nada dura eternamente. Además, para haber hecho lo que hice, pasé por encima de muchas personas a las que dañé y, para realizarlo, ignoré muchos de los grandes valores personales como el respeto y la justicia. Hace ya años que la conciencia me recuerda todo el bien que podría haber hecho a las personas en la enseñanza o en la escritura. 

Tu abuelo, que quiere lo mejor para ti"

jueves, 25 de abril de 2013

Una leyenda de Sant Jordi

Volviendo de la Tercera Cruzada, el joven noble Jorge tomó el camino que cruzaba el desierto de Libia. En su ruta había una ciudad que en otro tiempo fue la más próspera de la zona, pero que en los últimos años parecía estar maldita. La gran Leptis, antigua capital de un imperio estaba dominada por el terror al gran dragón que habitaba en las montañas y que atemorizaba a todos los comerciantes, de manera que muy pocos se atrevían a acercarse. Cada dos días, los habitantes de la ciudad debían entregarle al dragón un tributo, para que la bestia permitiera pasar a los vendedores y no se aislara la ciudad, pues, al fin y al cabo, era un simple animal. Todo fue bien hasta que estos se acabaron. Como no se veían capaces de hacer frente al dragón, el gobernador decretó que se le entregaría un miembro de una familia escogida en un sorteo que se realizaría en la plaza central de Leptis. Especificó que aquella podía ser cualquier persona que allí habitase, incluso su propia y amada hija matizó, pues pensó que nunca le tocaría a ella.

Por aquel entonces, y desconociendo todo esto, el joven noble llegó a las inmediaciones de la ciudad y encontró un paisaje desolador: no había carretas de comerciantes por los alrededores, no había tiendas de bereberes, no había nada. Desde donde él estaba, cualquiera diría que la ciudad era fantasma: de la ciudad no se oía ruido alguno. Sin temor, avanzó por la carretera y entró a Leptis por la puerta oriental. Sin descabalgar se dirigió por las grandes avenidas hacia el centro, donde parecía que la gente estaba. Mientras estaba acercándose allí, vio a pocas personas, pero todas ellas con caras largas y las que eran mujeres jóvenes, principalmente, con lágrimas en los ojos. Se preguntó a qué se debía eso y por eso se dirigió con más velocidad al centro de la ciudad, donde unos guardias le obligaron a descabalgar.Con sus básicos conocimientos de árabe, que era la lengua hablada por los habitantes de la ciudad, preguntó al soldado qué estaba ocurriendo y este alegremente se lo explicó. El noble cruzado, después de darle las gracias, amarró el caballo en un poste cercano y se dirigió al centro de la plaza.

El camino hasta allí fue complicado porque la muchedumbre le impedía moverse en la dirección que el quería, pero al final, tras un duro esfuerzo, lo consiguió. Mientras él caminaba, las puertas del palacio se abrieron y el gobernador de Leptis salió de su residencia, subió a la tribuna junto a su séquito y un niño de unos 8 años y se dispuso a realizar el sorteo. Uno de los acompañantes vendó los ojos al infante y este, que simbolizaba a la inocencia, extrajo de una urna de oro un papel con un nombre. El mismo que le había cubierto los ojos recogió el nombre y lo leyó en voz alta y firme: "Princesa Sabra". Todos los presentes se quedaron helados, principalmente el gobernante de la ciudad, y solo rompió el silencio el sonido de los pasos rápidos de un sirviente que se dirigía a palacio. Sabacio, el gobernador de Leptis, asintió, dando la aprobación del nombre, y con tristeza se dirigió de vuelta a su residencia: en dos días, su hija Sabra, futura esposa del heredero al trono de Libia, iba a ser entregada al dragón.

La noticia de la llegada de un occidental a la ciudad corrió como la pólvora. El ayuda de cámara de la princesa, al oír,  por boca de unos navegantes que hicieron noche en la ciudad, que había sido un valiente guerrero y que su valor le precedía en toda Tierra Santa y gran parte de Europa, se lo comunicó al rey, que al instante ordenó que se le llevase a su presencia. Después de agasajarle y prometerle todo lo imaginable, incluso la mano de Sabra, comprometida con el heredero del reino, el gobernador le pidió que se enfrentara al dragón, pues sabía de sus proezas y no quería ver a su adorada hija muerta por una fiera endemoniada. El noble Jorge se negó en rotundo, pues esa no era su guerra y le dijo al gobernador que esa misma noche pensaba partir, pues un barco le esperaba y no podía retrasarse. Aún más entristecido, vio el gobernador partir a su única esperanza, ya que sabía que nadie de la ciudad intentaría salvarla y no había tiempo para avisar el príncipe.

Jorge, sin embargo, había dicho una media verdad. Efectivamente salió de la ciudad esa misma noche por la puerta norte, cruzó el puente y tomó el camino que pasaba cerca de la morada del dragón y acampó a media jornada de distancia. Una vez allí espero y, el día anterior a la entrega, limpió su armadura, sus armas y su caballo.

 Cuándo el Sol estuvo en su punto más alto en el día de la entrega, Sabra, ataviada con sus mejores vestidos salió de la ciudad y se situó en el centro del puente a esperar la llegada del dragón , para ayudar a su pueblo. Mientras pensaba en el desenlace fatal, el padre de la joven, que estaba en la muralla junto con el resto de la población de Leptis, vio a lo lejos que alguien resplandeciente avanzaba hacia el puente. Cuando se acercó vio claramente que era un caballero, montado en un blanco semental, bien armado con una pulida armadura, la lanza en la mano derecha y el escudo, con una cruz roja sobre fondo blanco, en la izquierda. Ni él, ni la gente de la ciudad ni la princesa sabían quien era. Cuando al fin llegó al puente, apareció el fiero dragón.

"Váyase, noble caballero, esta no es su guerra" le decía Sabra, "es mi deber ser entregada al dragón".

El joven, haciendo caso omiso, se quedó en el mismo lugar y vio como la criatura se posaba delante de él. Entonces, lanza en ristre, se dirigió a galope hacia esta en acto suicida pero valiente. Como el Sol estaba en su zenit, el feroz animal fue deslumbrado por la pulida y brillante armadura de Jorge, por lo que no pudo reaccionar a tiempo y la lanza de este entró limpiamente en su corazón. Antes de morir, el dragón hizo un brusco movimiento que asustó al caballo del noble, que acabó en el suelo, y cayó, llevándose consigo la lanza que lo fulminó. La gente de la ciudad se alegró, las puertas se abrieron y la princesa se dirigió corriendo a abrazar a su padre y después corrió hacia el noble Jorge, que seguía tendido en el suelo.

Antes de que Sabra llegara, él se levantó un poco aturdido y caminó hacia el dragón con la espada desenvainada. Del agujero de la lanza manó toda la sangre de la bestia muerta y de esta brotaron tres preciosas rosas rojas. El noble Jorge las vio y se dijo: "Una será para mi madre, otra será para la princesa a la que he salvado y la tercera para mi verdadero amor, que con ansia espera mi retorno". Entonces, cortó la primera de ellas y se la entregó a Sabra como símbolo de la liberación del dragón. Acto seguido, hizo lo mismo con las otras dos pero se las guardó. Montó en su blanco caballo y continuó su camino de regreso a casa.

Un mes después, el noble Jorge se embarcó y tres semanas después llegó a su feudo, donde entregó las otras dos rosas, que seguían en el mismo estado: estaban igual de rojas y vivas que cuando las cogió del manto de sangre que cubría el suelo.

En Leptis, desde que el caballero noble Jorge matara al dragón, cada año recogían una gran cantidad de rosas que nacían del suelo donde se vertió la sangre de la bestia. Eso les servía como recordatorio de lo ocurrido. La princesa Sabra se convirtió tiempo después en reina y su escudo tenía la flor que el cruzado le regaló. 

Por su parte, Jorge, gracias a sus buenas acciones, entre otras cosas, llegó a ser canonizado y se convirtió en patrón de diversas ciudades, provincias y hasta países (o reinos), siendo conocido a partir de ese momento como San Jorge.

Y yo, un simple contador de leyendas, deseo que todos vosotros, lectores, pasarais un gran día de San Jordi el pasado martes 23 de abril.


San Jorge y el Dragón, de Rafael

martes, 9 de abril de 2013

Allí estaré

Por distintas razones ella llevaba una temporada un poco mala y estaba deprimida. No sabía que hacer y empezaba a desesperarse. Los últimos acontecimientos habían sido en su mayoría reveses y eso estaba haciendo mella en ella. Él lo veía y quería ayudarla, pero algo le paraba: temía hablar con ella. No sabía como decirle que siempre estaría allí y que para cualquier cosa que necesitara podría contar con él. Se decidió, cogió el teléfono y la llamó. Tras unos minutos de espera salió el buzón de voz y le dejó un mensaje.

"Si te sientes sola y hundida, debes saber que allí estaré siempre para confortarte, animarte y entenderte. Si estas confundida y no sabes por qué camino seguir, allí estaré para ayudarte a escoger el correcto. Si por algún motivo te equivocaras, ya sabes que nunca me decepcionarás. Recuerda siempre esto: cuando me necesites, allí estaré, y en lo que pueda, te ayudaré. Solo tienes que avisarme y apareceré. Sabes bien donde encontrarme. Un..."

Dicho esto sonó un pitido y se colgó el teléfono. "Al menos lo importante ha quedado grabado" se dijo él.

(Para el mensaje debo reconocer que me ha ayudado mucho la canción de The Corrs At your side que podéis escuchar en este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=C4fF2EJy9Aw)

martes, 22 de enero de 2013

El Señor Silver (V)


Al señor Silver le despertó el ruido de la puerta del conductor al cerrarse. Cuando le abrieron la suya, se dio cuenta de que ya estaba dentro de la señorial casa de los McSliverly. Se apeó y, bastón en mano y sombrero puesto, miró la hora: las 10:45. Aún faltaba un cuarto de hora hasta que empezara la lectura de las últimas voluntades del patriarca de los McSliverly. Estaba ya llegando a la puerta cuando, súbitamente, se volvió y trotó de vuelta al coche: había olvidado un sobre de color amarillo fechado el 22 de enero, dos días antes de la muerte del causante. Lo cogió, se lo guardó en el bolsillo interior de la americana negra que llevaba bajo el abrigo y, a paso más rápido que antes, volvió a la entrada de la mansión. Tocó el timbre y comprobó la hora: las 10:55.

Un criado le abrió y se ofreció a coger el abrigo largo y negro del señor Silver, quien sin dudarlo se lo entregó. Hecho esto, el recién llegado se dirigió al gran salón con biblioteca, donde se realizaría la lectura del testamento del Sr. McSliverly. Como ya conocía el camino- pues tiempo atrás él vivió allí- en pocos minutos se encontró en la puerta correera de entrada a la sala. Una vez dentro, tomó asiento en una de las últimas filas y miró el reloj: las 10:55.

En los cinco minutos que faltaban, el señor Silver se dedicó a identificar al resto de los presentes. En las dos primeras filas pudo ver que estaban los miembros de la familia McSliverly y la hija del fallecido. El joven Sean tampoco había acudido esta vez. En las dos siguientes estaban sentados los pocos amigos de Libriscivis que le quedaron al difunto junto con secretarios y compañeros de toda la vida y su antiguo administrados: "los incondicionales" pensó el Sr. Silver. En la quinta y última fila, junto con él, se encontraban los curiosos y antiguos empleados del muerto, por si había suerte y conseguían algo.

En ese momento tocó once veces el reloj: las 11:00…