jueves, 29 de diciembre de 2011

UN DÍA PARA RECORDAR

  El pasado martes 27 de diciembre, un grupo de amigos se reunió en Plaza España para pasar el día por Barcelona. El organizador de esta expedición, Fernando Gilabert, nos citó a todos entre las 11 y las 11:45, pues sabía que algunos dependían de la RENFE, que no es excesivamente puntual.En un principio íbamos a ser bastantes, sin embargo, por las fechas que eran, el número se redujo a ocho. Siete nos reunimos en el lugar anteriormente mencionado y el octavo miembro del grupo se nos unió en la segunda parada de la ruta. El objetivo de esto era pasar un buen día y, además, visitar sitios de Barcelona a los que, a pesar de la proximidad, uno no va (vaya ironía).

  El primer sitio que visitamos fue el Pabellón Alemán, de L. Mies Van der Rohe, donde surgió la pregunta de la mañana: ¿De dónde era Mies Van der Rohe? ¿Era ruso o era alemán? Los que apoyaban la primera respuesta se basaban en lo que se dijo en su clase de Historia del Arte; los otros, se basaban en el nombre del lugar, de la persona y en la situación histórica. Al final, se descubrió que era alemán, de Aquisgrán.
Después de esto, nos dirigimos al Caixaforum, que está en frente del Pabellón y entramos en la exposición del Impresionismo, de la colección de Robert Sterling Clark. En esta pudimos ver pinturas de Monet, Degas y Renoir, entre otros. Fue impresionante (y nunca mejor dicho). Cuando salimos de allí, ya estaba completo el grupo de los ocho magníficos: Claudia Pintos, Dolors Olivé, Cristina Drudis, Miquel Baltà, Fernando Gilabert, Juan Carlos González, Marc Iglesias y yo, Ignacio Martinez.
  Acto seguido, y tras meditarlo, nos dirigimos hacia el MNAC, pero en lugar de entrar, nos quedamos sentados en un banco de piedra escuchando a un hombre que tocaba y cantaba canciones de Sabina. Aprovechamos ese rato para descansar y, una vez listos, nos movimos y fuimos hacia el Palacete Albéniz, pero nos equivocamos de entrada, pues a la que fuimos estaba cerrada a cal y canto. Entonces decidimos dirigirnos hacia la otra. En el camino hacia esta, pasamos por delante del Estadio Olímpico de Barcelona, donde protagonizamos la escena que haría memorable este día. Al entrar en este lugar, Fernando dijo de colarnos dentro y, menos Claudia, Miquel y Marc, el resto lo hicimos, dando Juan Carlos el primer paso. Después de un rato dando vueltas por los pasillos tras la gradas, nos pillaron los de la seguridad, ya que por culpa de un servidor habían avisado de que un grupo de jóvenes había entrado. Es más, no nos atrapó de lejos sino que, cuando pretendíamos acercarnos a las gradas para bajar al campo, ¡casi chocamos con él! Entonces, nos llevaron a la entrada y tras la expulsión de las instalaciones de esta humilde persona, todo el grupo se solidarizó con el cronista, salieron y continuamos nuestro camino hacia la otra entrada del Palacete. Cuando la encontramos, nos dijeron que solo los festivos abrían y que nos fuéramos.
  En aquellos momentos, al entrar en los Jardines de Laribal, encontrar un bonito mirador y ver la hora que era, decidimos comer allí. Comimos con tranquilidad, Juan Carlos, Miquel y Fernando jugaron un rato con una mandarina que había arrancado el primero del árbol hasta que el segundo la chutó. Entonces, aquel que la cogió volvió a por más y, escondido entre los arbustos, nos lanzó tres y volvió. Tras este parón para comer salimos de los jardines, avanzamos de vuelta hacia Plaza España (lugar al que no volvimos al final) pero nos metimos en el Teatro Griego. Allí decidimos que iríamos al Barri Gòtic en lugar de Montjuic. Entonces, bajamos hacia la calle Paralelo, por la que fuimos hasta que torcimos hacia las Ramblas y llegamos a Colón. Una vez allí, nos metimos por el carrer Ample, que era estrecho. Por allí caminamos y pasamos por la Iglesia de la Mercè, por una tienda de dulces artesanos donde probamos algunos y, finalmente, llegamos a la Basílica de Santa María del Mar. Pero aun estaba cerrada así que esperamos y, mientras, las tres chicas entraron en una tienda para comprarle un regalo a una amiga suya. Cuando abrió el templo, ellas ya habían salido sin haber adquirido nada y el grupo entero entramos en Santa María del Mar. Tras quedar admirados por la belleza del edificio, de las vidrieras, de las estatuas de los santos y santas, nos fuimos y avanzamos hacia la Catedral de Barcelona para admirar, entre otras cosas, la fachada gótica del siglo XIX. Sin embargo, al llegar a la Plaza de Sant Jaume y ver los Belenes, nos íbamos dirigimos directamente hacia las Ramblas, pero acabamos yendo pasando por Santa María del Pi, a la que no pudimos entrar porque estaba cerrada.
  Entonces llegamos a las Ramblas, delante del Liceo. Mientras subíamos hacia Plaza Catalunya, se propuso ir a la calle Tallers, al final de la cual solo fuimos cuatro, ya que el resto se escabulleron hacia el Triangle. Cuando nos reunimos todos de nuevo en frente de aquel edificio, Fernando nos dijo que él conocía un sitio donde se podía tomar el mejor chocolate caliente de la zona. Siguiendo su consejo, nos fuimos a la Farga Delicato, en Rambla Catalunya junto a un Starbucks entre Gran Vía y Plaza Cataluña. Reconozco que no se equivocaba: el chocolate caliente era increíble. Además, Miquel y él se pidieron unos churros, aunque el segundo había pedido antes un croissant pero por su inesperado tamaño lo cambio por lo otro. 
  Tras estarnos un buen rato tomándonos lo pedido, hablando y riendo, llegó el momento de la despedida. Primero, Claudia y Dolors, que venían de Sabadell, se fueron a la estación de RENFE de Plaza Catalunya. Después, Marc se fue a la Plaza Urquinaona para coger allí la L4 y el resto nos fuimos a la parada de ferrocarriles y nos subimos todos en el mismo tren  que, progresivamente, lo fuimos abandonando hasta que en Sarrià, cuando Cristina bajó las escaleras para hacer trasbordo y yo salí de la estación, el grupo se dispersó.

Esta es la crónica de un gran día. Esta es la crónica de un día para recordar.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Un tiempo inolvidable II

Hace tres meses escribí una entrada dedicada a dos enamorados que cumplían tres meses. Hoy se lo dedico a los mismos y, en esta ocasión, en honor a sus seis meses juntos.

¿Qué son seis meses para dos personas que se quieren con locura? ¿Qué es ese tiempo para dos que se han visto casi tanto como con sus padres? Con estos hecho y más, puede uno darse cuenta del amor que estas dos bellísimas personas sienten entre ellos y de lo felices que son.Además, gracias a ese sentimiento y como se sienten, solo desprenden alegría y felicidad, lo que hace que la gente a su alrededor reciba esta energía positiva.


De nuevo hago la misma pregunta: ¿Qué son tres meses para alguien que está enamorado?
Un tiempo inolvidable e irrepetible.
¡¡Felicidades M.M.!! ¡¡Felicidades M.D.!!

lunes, 19 de diciembre de 2011

Llamada a los amigos del pasado

¡Oh! ¿Dónde estáis? Decídmelo amigos del pasado de los que hace mucho que no se nada. Volved. Os lo ruego. Regresad, os echo de menos. ¿Cómo puedo saber algo de vosotros? Solo siento dolor al pensar en lo lejos que estáis. Os busco y no os encuentro. ¡Dadme alguna pista de vuestro paradero!, os lo imploro. 

Tiempo hace ya que deseaba escribir esto. Puede alguien, a quien hace mucho que ni vemos ni sabemos de él/ella, saber del dolor que sentimos al recordar los buenos tiempos ya pasados. Puede alguien que quizás no nos recuerda sentir nuestras ganas de volver a verle. ¿Cómo es posible que en un mundo tan desarrollado, globalizado y unido podamos llegar a perder el contacto completo con amigos que hicimos años ha?

Supongo que esto es fruto de mi memoria de algo ya vivido con gente a la que recuerdo pero con la que no sé si me reencontraré algún día.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Una Victoria Frustrada II

Primero de todo, esta entrada no es la continuación de la anterior victoria frustrada, sino que ha sido otro partido en el que posiblemente Roma II habría ganado. Segundo, en este me atrevo a afirmar que hubo cierta negligencia arbitral y que el otro equipo no dudó ni un segundo en atacar con dureza para conseguir la bola y, por desgracia acabó en las piernas de nuestros jugadores. Tercero, y no por eso menos importante, este encuentro fue dominado por Roma II, pero la eficiencia y eficacia del Ballantines nos superó. Dicho esto, aquí llega la crónica.
Desde las 18.45, los miembros del equipo estuvieron entrenando en el Maddock para preparse. Tras media hora de intenso entrenamiento, llegó el entrenador, el cronista y el resto del equipo y se procedió a hacer la foto de equipo para inmortalizarlo. Tras esto, nos dirigimos al campo para empezar el último partido del 2011.
A las 19.30, este empezó. Como nosotros sacamos, fuimos capaces de hacer un primer ataque contundente y directo, sin embargo, la "poco limpia" manera de jugar del contrario impidió que se llevara a cabo. Esto ocurrió porque a Juan, quien estaba a la cabeza de este, le hicieron una falta instantes antes de chutar. Esta acción estuvo a punto de culminar en gol, pero los otros la interceptaron y con un contraataque llegaron a nuestra área y el gran cancerbero Alex, impidió que marcaran. Este sacó en largo y avanzamos hasta su portería y, tras dos disparos a puerta, uno de Nacho Ciutad  y otro de Enrique Galve, el portero del Ballantines la paró. Poco después ocurrió algo parecido que concluyó con un palo de Juan. De nuevo, otro ataque fallido. Entonces empezaron las negligencias del árbitro. En el área del contrario, unas manos que podían haber significado un gol a nuestro favor, no fueron pitadas y los otros se precipitaron sin tardanza aprovechando el desconcierto que reinaba entre los nuestro y llegó el primer gol. Perdíamos 0-1.
Tras esto, Roma II se puso las pilas para recortar esta mínima distancia y empatar el partido pero, hasta que Alex no salvó dos goles, no llegó nuestro ataque, que casi fue el empate: Juan llegó a la portería, chutó pero fue al palo y perdimos otra gran ocasión. Para empeorar las cosas, la parsimonia de los nuestro al bajar y la velocidad del contrario, significó un gol más en contra. 0-2. A pesar de nuestros esfuerzos para evitarlo, el 0-3 no tardó en llegar.  Tras esta tercera herida, le hicieron una falta a Juan y casi marcó un gol, pero el resultado NO cambió a 1-3, sino que se mantuvo en 0-3. Con esto acabó la primera parte.
Después de un muy breve descanso, la segunda mitad empezó y en esta nuestros ataques se acentuaron, pero de nuevo los palos y la línea de fondo recibieron las bolas en lugar de la red. De nuevo, casi llegó el 1-3, pero esta vez de la mano de Ignacio Calderón. A este gran ataque le siguió una contra de Alvaro Trius que, otra vez, casi concluyó en gol, pero la defensa numantina del Ballantines lo paró. Con la ayuda de Juan Carlos González, Ignacio Calderón volvió a arremeter pero la linea de fondo atrajo el balón y este se alejó de la portería y no entró. Tras tantos ataques, el Ballantines atacó de nuevo pero José María Pujol lo salvó poco antes de que entrara.
Poco después, como consecuencia de una gran cantidad de faltas no pitadas, juego sucio y negligencias arbitrales, una falta a Ignacio Calderón casi desencadenó una batalla campal, que se quedó en discusión calentita. Al acabarse esta, los otros se vengaron y nos marcaron el 0-4. Tras un intento de gol por parte de Juanca, Calderón marcó el 1-4, el gol que no les dejaba irse sin ninguno en contra y demostraba nuestro buen juego. Seguido de este, en pleno contraataque nuestro, a Gila le hicieron una falta que no solo nos cortó nuestra respuesta a su ataque fallido, sino que significó la expulsión de aquel que mediante el juego sucio nos paró. El arbitro, después de nuestro avance in extremis iniciado por la falta mencionada anteriormente, anunció que el partido había terminado.
Pero no acabó ahí la cosa. Cuando este hizo eso, los jugadores del otro equipo, QUE HABÍAN GANADO, se fueron a quejar del arbitraje. Después de ver el ridículo que hicieron y los comentarios racistas que sobraban, nos enteramos del motivo de su queja. Les había molestado que pitara falta cuando nuestro jugador se había tirado y había obligado a uno del otro equipo a hacerle una segada por detrás.
Sin embargo, a pesar de los inconvenientes, este partido fue uno de los mejores del equipo pues fue una exhibición de nuestra técnica de juego, de la utilidad de los entrenadores, del público a favor del equipo y de la cohesión y unión de la gran Roma II.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Los Duelos del Sadhill Saloon II

Aquí continúo con los Duelos del Sadhill Saloon:


Una vez se situaron a escasos metros de la escalinata que conducía a la puerta, el Sheriff Will expuso su plan para arrestar a Walt McAusten y su banda.

-Será simple, pero no fácil- dijo Will-. Ned y Mike subiréis uno por cada escalera y con vuestras escopetas nos cubriréis mientras nosotros intentamos detenerles por abajo. Wyatt, tú entrarás y te situaras junto al piano; y tú, Virgil, te dirigirás hacia allí- continuó el sheriff señalando una ventana a la izquierda de la puerta y cerca de la esquina-. De esta manera, Walt y su clan estarán en el centro y será más fácil matarles, si se resisten a ser arrestados por sus crímenes cometidos. Adelante.

Una vez dicho esto, Ned y Mike se dirigieron a las escaleras laterales del edificio, las subieron y entraron. Cuando cruzaron el umbral de la puerta, sacaron sendas escopetas y las cargaron para poder entrar en acción tan pronto como fuera necesario. Al acabar de prepararlas, se las escondieron debajo de la chaqueta y se acercaron a la barandilla del piso de arriba, desde donde actuarían. Esta empezaba por la derecha de la barra, ascendía junto con unas escaleras, cruzaba todo el pasillo y descendía de nuevo al piso de abajo. Después de mirar a los que estaban en el bar, Ned localizó a Walt y su banda en una de las mesas circulares. Eran siete e iban armados.

De repente, Mike vio como Rubio entraba, se dirigía junto al piano y hacía ademán de interesarse por el tipo de madera de este mientras se llevaba la mano derecha a la funda de su peacemaker. Poco después, Virgil cruzó la puerta y fue directamente a hablar con Ike, un viejo amigo suyo de la escuela que estaba en una mesa puesta en diagonal a la de Walt. Se apoyó en el respaldo de la silla de su antiguo compañero y, mientras hablaban, amartilló su Colt Dragoon. Al ver como el Tísico había hecho eso, Mike se preguntó si además de haber cargado su escopeta, la había montado. Espero que sí, se dijo. Ned, por su parte, quería que todo se acabara, pues presentía que el plan no iba a salir según lo previsto. Wyatt, mientras observaba como los parroquianos del Saloon bebían y jugaban, recordó aquel funesto día en el que su familia fue asesinada a sangre fría por un hombre con una cicatriz en el ojo y que en esos momentos estaba sentado en una mesa circular situada entre las escaleras del lado izquierdo. Por fin iba a vengarse, pensó, y a restablecer lo que él llamaba la “justicia universal”. Entonces entró Will.

Avanzó firmemente hacia la barra. No miró hacia los lados en ningún momento, pero notaba cientos de ojos puestos en él. Conforme se acercaba a esta, empezó a pensar en que ese acto iba a ser un punto de inflexión en su vida como sheriff, pues podría conseguir la gloria por haber arrestado a Walt y su banda o la muerte. Cuando llegó, miró fijamente al gran espejo, donde pudo ver la situación exacta de los forajidos.

-Póngame un whisky, por favor- le pidió amablemente al camarero.

Este cogió un vaso y la bebida de los estantes y los puso sobre la barra. Cuando Will escuchó el ruido del chocar contra la madera y del corcho al ser liberado de la botella, se dio cuenta del silencio que reinaba en el Saloon. Después de haberlo servido, el camarero se alejó del sheriff para ir a reponer la ampolla en su lugar. Entonces el Will se tomó todo el whisky de un trago. Se armó de valor. Cogió aire.

-¡Váyanse todos de aquí menos los siete a los que hemos venido a buscar!- dijo con fuerza.

Acto seguido, todos se levantaron de sus asientos, salieron por la puerta y dejaron el local desierto. Pero no del todo. Solo quedaron siete personas, aparte de la autoridad. Solo quedó una mesa ocupada. Era redonda. Había siete hombres sentados en ella. Tomando de nuevo la palabra, anunció:

-Walt McAusten, estáis todos arrestados, desenfundad vuestras armas y dejadlas en el suelo.

-Hey  sheriff, si quieres nuestras Colts, ven tú mismo a por ellas- respondió con chulería el jefe forajido.

Tras un breve silencio incomodo, se oyó a Wyatt decir con odio:

-¡Walt, Dios te ha dado una última oportunidad para arrepentirte y entregarte, aprovéchala!

A continuación, los miembros de la banda de McAusten se llevaron las manos a sus cartucheras. Amartillaron sus armas. El infierno se iba a desatar en aquella habitación.

Los Duelos del Sadhill Saloon I

Con esta historia y el resto de sus partes me traslado de las altas colinas verdes a las marrones e interminables llanuras de Arizona, donde tuvo lugar uno de los duelos ficticios más famosos: los Duelos del Sadhill Saloon, entre las autoridades locales y la banda de Walt McAusten. Aquí va:

“¡Y se dice que en los pueblos pequeños alejados de la frontera nunca pasa nada!” pensó el Sheriff de Sadhill bajo la luz de la luna mientras se acercaba al Saloon con sus cuatro hombres de confianza. Él, como autoridad, vestía un traje de tonos claros que consistía en una camisa y unos pantalones de color blanco, una americana beige que conjuntaba con las botas y el cinturón y, para completar la vestimenta, un sombrero de ala ancha marfil. Sus compañeros, por su parte, decidieron ir acordes con la noche pues llevaban ropas oscuras: combinaciones de azules oscuros y negros, pero que coincidían con el gorro, que era de tono azabache. Los cinco eran altos, de constitución fuerte, y claros de piel. El color de pelo de los representantes de la autoridad era de dos tipos: castaño oscuro, para el Sheriff Will y su mano derecha Wyatt “el manco”, y negro como la obsidiana, que era el caso de Virgil “el tísico”, Ned “el tirador” y Mike.

“El manco” era el apodo de Wyatt porque no acostumbraba a usar la mano izquierda para disparar, a pesar de que llevaba siempre un revólver Colt peacemaker a cada lado. Se decía que la extremidad se le inutilizó, en su niñez, durante un tiroteo en su casa cuando una bala se la atravesó. Aquel día, después de perder a su padre y a su hermano, juró que les vengaría y se haría agente de la ley para intentar evitar que aquello que le ocurrió, no lo sufriera ninguna familia más. De lo jurado en aquel funesto día, lo primero iba a cumplirlo ahora  y lo segundo ya hacía años que llevaba hecho. Aunque solo usaba una mano, corría la voz que nunca había perdido un solo duelo en sus 30 años de vida.

Virgil era, junto con Mike y Will, uno los tres miembros de la autoridad oriundos de Sadhill y era el sobrino del anterior Sheriff, que fue brutalmente asesinado por un grupo de mineros borrachos mientras volvía a su casa. Su apodo, “el tísico”, se debía a la enfermedad que le iba matando lentamente desde su infancia, pero a la que resistía gracias a su sano estilo de vida. Como Wyatt, el porqué de su unión a las fuerzas de la autoridad del pueblo se debía al querer hacer pagar  a los asesinos por sus actos. Virgil siempre llevaba tres armas con él: a la altura de su corazón llevaba un Smith & Wesson Model 1, pues le servía de protección y, por su pequeño tamaño, era un arma manejable; un Remington 1858 a su derecha; y, por último, a su izquierda, un Colt Dragoon revólver.

Ned era de un pueblo de la frontera mexicana donde la palabra crimen era la más repetida por la gran cantidad de estos que se cometían. Su familia fue una de las fundadoras de ese lugar por lo que se les respetaba y tenían poder, pero eso no les libraba de los problemas causados por el tráfico de armas para la Confederación. Por esa razón, todos en el pueblo sabían manejar, como mínimo, un arma de fuego. En el caso de Ned, él dominaba dos.  Primero de todo, su preferida era su queridísima Coach Gun, que era una escopeta de dos cañones que había usado durante toda su vida, especialmente cuando estuvo trabajando para la Wells & Fargo co. Como escolta de las diligencias de la compañía previamente mencionada por los peligrosos trayectos desde Dodge City hasta Dallas, pasando por Sadhill. Ahí fue donde conoció el pequeño pueblo. Además, gracias a sus actos durante su trabajo para la compañía, Ned se ganó el apodo de “el tirador”, pues la mayoría de los carruajes que el escoltó llegaron como se hubo previsto. Su segunda arma era un Smith & Wesson No 3, que era un revólver del calibre 44 con cuyas balas había parado un gran número de atracos y había ganado muchos duelos contra forajidos.


Los cinco hombres se pararon delante de la puerta del Saloon. La altura de este, en comparación con la del resto de edificios del pueblo, era mayor ya que, a pesar de que tenía dos plantas, estas eran muy altas. En la primera planta estaba el bar, donde la inmensa mayoría de los habitantes de Sadhill pasaban las tardes y las noches haciendo vida social. Allí había una larga barra en el lado opuesto a la puerta principal y estaba situada entre las dos escaleras que conducían al piso de arriba, en el que estaban las habitaciones donde solían hospedarse los extranjeros o forasteros que pasaban por el pueblo. Entre la puerta y la barandilla de las escaleras había catorce mesas. Seis de estas eran redondas y estaban tres intercaladas entre las dos filas de cuatro mesas cuadradas. El otro trío de las circulares se situaba entre la barra y la primera fila de mesas rectangulares. Entrando al bar, en la esquina derecha, había un piano, muy desafinado por su antigüedad y excesivo uso. A cada lado del exterior del edificio, se erigían dos escaleras por las que se podía acceder directamente al piso de arriba.