lunes, 30 de mayo de 2011

EL ARPA: “Así que es verdad, pensó, es realmente cierto” II

... El camino no sería corto pues se tenía que desplazar hasta la otra punta de la provincia. Durante el trayecto, que duró varios días, se encontró con gente de muchos lugares de procedencia distintos y que ejercían todo tipo de profesiones: desde mercaderes hasta carpinteros. Como avanzó por rutas alejadas de las poblaciones, la mayoría de noches las pasó al raso.
   Al quinto día de viaje, el gobernador vio en el horizonte los primeros árboles del bosque. “Por fin he llegado” pensó. Después de cabalgar durante medio día más, se adentró en las oscuras profundidades del bosque.
El criado le había dado un plano del bosque con los lugares donde los otros viajeros creían haber pasado. Por eso estaba lleno de distintas líneas de diversos colores trazados en él. Sean, el gobernador, observó que había una pequeña ruta formada por los espacios que dejaron los otros que conducía al centro del bosque dando una larga vuelta. “Ese es el camino que tomaré,” se dijo a sí mismo, “por ahí llegaré al arpa del dios”. Lo que no sabía era que sin dolor no hay gloria.
Durante los primeros pasos no tuvo problema alguno en guiarse pues solo se podía seguir una única vía pero, tras una hora de avance continuo, este se bifurcó. Sacó el mapa de nuevo para decidir cual seguir pero como no estuvo seguro, se guió por su instinto y fue por el de la derecha. Tras continuar durante un largo y penoso rato, se dio cuenta de que estaba anocheciendo, pues la poca luz solar que traspasaba las frondosas copas de los árboles había desaparecido y cada vez veía todo más oscuro. Siguió por el estrecho sendero hasta que creyó ver una casa pero, cuando descubrió que era la diminuta cabaña de un druida intentó no parar. En ese instante, algo cogió las riendas de su caballo y este frenó en seco. Era él, el habitante de esa casa.
   “Bájate del caballo” le dijo a Sean. Este obedeció inmediatamente. Cuando se apeó, el druida sacó una espada y empezaron a luchar. Tras un breve duelo, Sean redujo a su contrincante y este, como premio, le indicó por donde debía avanzar para llegar a su destino. Para llegar al corazón del bosque. Para encontrar el arpa.
   Tras marcarle en el mapa donde estaba e indicarle el camino, nuestro héroe cabalgó hacia su objetivo. Después de vagar durante toda la noche, Sean llegó a un claro donde encontró un riachuelo en el que su caballo pudo beber. Durante ese rato, el jinete fue a investigar un poco los alrededores de ese claro y, cuando regresó, se encontró con su caballo muerto. “¡Qué raro!” pensó él “ninguno de los caballero que hicieron esta búsqueda perdieron el caballo ni se encontraron con aquel druida. No me queda otra que seguir el río hasta su nacimiento para intentar llegar al centro del bosque”. Entonces empezó a remontar el curso del río hacia “aquella gran laguna de aguas cristalinas de donde empieza a fluir”, como le dijo el derrotado espadachín.
   Ya no le quedaba nada. Después de seguir río arriba durante días y no poder cazar animal alguno, se le acabó la comida y todavía no había llegado. Cuando estaba a punto de desfallecer, Sean vio una laguna de tono turquesa por el reflejo de la luz solar sobre las algas situadas en el fondo de esta. En ese preciso instante, tras ver eso, la energía le volvió y, como un rayo, se fue corriendo hasta el claro. Allí la vio. El inmenso arpa de oro con una franja de rubíes y esmeraldas. “Así que es verdad”, pensó, “es realmente cierto, la leyenda no era falsa, la he encontrado”. Acto seguido, avanzó hacia esta y la tañó. Las cuerdas, de apariencia de acero, se ablandaron hasta convertirse en las mejores para ser tocadas. La melodiosa canción que tocó Sean hizo que su caballo reviviera, que se abriera un camino de salida y que los vigilantes del bosque, cuyo señor era el druida, le acompañasen hasta su fortaleza con el arpa.
   Todos en su castillo se alegraron por su regreso triunfal con el grandioso instrumento. Había demostrado ser un gobernante bueno y aventurero, un arpista excelente y un héroe. Desde ese momento, ese lugar se convirtió en lugar de peregrinación para los músicos de todos los reinos y de la laguna manó tanta agua que, aquel riachuelo que causó la muerte de todo aquel ser que bebió de él, como el caballo de Sean, se convirtió en la inagotable fuente de agua de toda la provincia.   

domingo, 29 de mayo de 2011

EL ARPA: “Así que es verdad, pensó, es realmente cierto”

Se decía que siempre había estado allí, pero la gente de los pueblos no se lo creía. Llegó esto a oídos del noble y joven gobernador del territorio por boca de uno de sus sirvientes. Este le explicó: “según cuenta  la leyenda, en el frondoso y oscuro bosque oriental, se encuentra un fantástico instrumento perteneciente al dios de la música. Este era un arpa colosal cuyo sonido no podía ser igualable y su tamaño, inimitable. Estaba hecha de oro y tenía unas franjas con rubíes y esmeraldas en los laterales. Sus cuerdas eran de acero para aquellas manos inexpertas que intentaban tocarla, pero se convertían en las de mejor calidad cuando un verdadero músico las tañía”. “Además”, continuó el sirviente, “aquel que fuera capaz de encontrarla y tocarla se convertiría en el mejor arpista de la historia”.
 El gobernador escuchaba fascinado el relato del cortesano y comenzó a planificar, en su interior, la búsqueda de esa magnífica arpa. El criado, al advertir aquellas intenciones en la cara de su señor, le contó: “muchos aventureros se habían adentrado en esos bosques con ese fin, pero nadie la había encontrado. Por eso, en estos momentos, solo algunos habitantes de los pueblos que colindan con el bosque oriental creen aún en su existencia”. A pesar de esto, el esforzado gobernador decidió no rendirse y emprender la  búsqueda de aquel  maravilloso e inigualable instrumento.
Al amanecer del día siguiente, después de armarse correctamente, emprendió el viaje al oscuro y frondoso bosque…