miércoles, 31 de diciembre de 2014

La Coronación

Con el sonido de las trompetas, la gran llama se encendió. Allí, en la torre más alta del Templo Mayor la montaña de madera, leña y brea prendió como nunca antes lo había hecho. 

En otros tiempos se había utilizado como señal de peligro para alertar a los señores vecinos para que acudieran a la ciudad en caso de ataque o catástrofe: siempre habían sido peligros los que habían hecho que se encendiera. En el día de hoy, el motivo era uno completamente diferente: cierto que era también un aviso, pero no de peligro, sino que era para anunciar a todo el reino que la coronación había empezado. Las llamas recorrerían todo el territorio. Se habían construido torres como esa en las grandes urbes, en los puestos de vigilancia del reino, en las montañas y en los valles en lugares desde los que se pudiera ver la antorcha precedente para que prendieran la suya. De esta manera, cuando llegara a los confines del reino, las campanas empezarían a sonar y todo el mundo sabría que había un nuevo soberano. La coordinación debía ser perfecta para que las de la capital fueran las últimas cuando coronaran al rey.

Durante la procesión, uno a uno, todos los asistentes se inclinaron cuando pasaba el joven príncipe por las calles de la Ciudad del Lago hasta llegar a la Isla Real, en el corazón de la rada, donde estaba el trono y donde sería coronado. Su madre le seguía detrás, henchida de orgullo pero a su vez preocupada por lo que había leído en la biblioteca: ¿Quién era ese "Señor del Bosque"? ¿Iba a llegar otra tormenta ahora que la primavera había llegado al reino después de un crudo y duro invierno que había durado años y que casi había consumido al reino? Miró hacia el cielo y a la gente para borrar de su mente esos pensamientos. La ciudad entera relucía y había banderas colgando de todas las ventanas. 

Llegaron al puente que llevaba a la Isla donde les esperaba el Sumo Sacerdote con la corona que llevaba siete años guardada esperando a volver a estar en la cabeza del Rey. Avanzaron escoltados por los pendones de todos y cada uno de los señoríos, condados y ducados dependientes de la corona. También estaban los de algunas ciudades comerciales que gozaban de la protección de la Ciudad del Lago o con las que esta tenía muy buenas relaciones. Cuando estaban a punto de acabar de cruzar el puente, vio la reina un pendón que reconoció pero que no sabía de dónde era ni cuándo lo había visto. Era diferente al resto: tenía el fondo negro y sobre este había unos robles representando un bosque en hilo dorado, una montaña en blanco y un pequeño castillo en plata.

Se colocaron todos en los lugares adecuados: el príncipe, delante del trono; su madre, la reina regente, en el asiento junto al del rey; la guardia real, detrás del trono; los miembros del Consejo, detrás del Sumo Sacerdote. Este cogió la corona y con un signo de cabeza, indicó al príncipe que se arrodillara. Ceremonialmente, se acercó y, con una voz potente, anunció: 

"Hoy termina uno de los años más duros que este reino ha visto. Con la llegada de esta nueva primavera se pone fin también al periodo de regencia de la Reina Madre, a la que le agradecemos estos últimos siete años. Ahora, en nombre de los dioses y ante los habitantes del reino, yo te corono como Eoin I Rey de las Tierras del Lago y Las Montañas y Señor de las Llanuras de los Ríos. Te has arrodillado como príncipe y ahora te levantarás como un Rey. ¡Larga vida al Rey!". 

Entonces, el joven monarca se levantó y, antes de que tañeran las campanas de La Ciudad del Lago, se oyó el sonido lejano de las de las otras ciudades. La coordinación fue perfecta. El año finalizó de manera perfecta.

Yo, Ignacio, escritor de esta historia, os deseo a todos un magnífico final de 2014 y un perfecto inicio de 2015. Muchas gracias y un abrazo fortísimo, lectores de altascolinasverdes.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Un nuevo día

La reina miraba feliz como su hijo primogénito estaba siendo vestido para la ceremonia. Ahora que ya había cumplido los dieciséis años ya podía ser coronado rey y permitir a su madre disfrutar de sus hijos pequeños, de los que había estado ausente estos últimos años por los problemas que habían asolado el reino: guerras, tempestades, malas cosechas y otras desgracias, pero que ya habían llegado a su fin: la tormenta había pasado y los males se habían ido con ella. Por fin la hija del molinero podría ver a su hijo coronado rey: qué orgulloso estaría su abuelo. 

La reina entró en la gran biblioteca palacio y empezó a caminar entre las grandes estanterías hasta llegar al balcón. Abrió las puertas y salió. La fría brisa le rozó el rostro mientras ella avanzaba hacia la balaustrada. Puso sus manos ligeras sobre esta mientras miraba las magníficas vistas: el lago azul brillaba como nunca antes lo había hecho, las verdes montañas estaban coronadas con los últimos vestigios de las nieves del duro invierno y no había ninguna nube en el cielo. La ciudad estaba teñida de todos los colores, en el puente que cruzaba el río por la rada ondeaban todas las banderas de los diferentes ducados y condados y oleadas de gente, desde nobles hasta campesinos, pasando por religiosos, todos ellos vestidos con sus mejores galas, se acercaban a la isla real donde la coronación tendría lugar. Casi todo estaba listo. 

Cuando los miembros de la guardia real y del consejo se acercaban a paso decidido hacia el palacio, la reina decidió volver a entrar para ir a buscar a su hijo. El gran momento estaba llegando. Entró en la gran habitación y cerró las puertas que ella misma había abierto unos instantes antes. Se giró y antes de moverse hacia la salida, con el rabillo del ojo, vio una hoja en el suelo. "Supongo que se habrá caído por la corriente" se dijo. La cogió y cuando la iba a poner sobre la mesa de roble, se paró un momento a leer el breve escrito. Eran tres versos escritos en tinta roja escarlata.

"Y antes de que llegue la calma y la luz ilumine la Ciudad del Lago,
el último trueno al Señor del Bosque despertará 
y con él, la tormenta volverá."

La reina se tornó pálida y durante unos segundos su corazón dejó de latir. No podía ser verdad: ¿qué podía ser peor que el crudo invierno ya pasado? ¿Quién era este Señor del Bosque qué iba a traer la tormenta? Estas preguntas, y otras muchas más rondaban la cabeza de la reina cuando su criada la avisó. "Mi señora, ya está todo listo. El momento ha llegado", le dijo. Rápidamente se recuperó de su turbación. Fue a su alcoba y se colocó la capa y se ciñó la corona que durante poco más tiempo iba a llevar. Bajo a la puerta del palacio donde su hijo, inmensamente feliz, la esperaba con la guardia y el consejo real. Las puertas se abrieron con sonido de las trompetas y los cuernos.

Mientras tanto, por la orilla oriental del lago cabalgaba un jinete con armadura verde oscuro y capa azabache sobre un corcel negro en dirección a la gran ciudad...