Love Never Dies es la segunda parte del mítico musical The Phantom of the Opera. El clásico
termina en la guarida del Fantasma bajo el edificio de la ópera con el Fantasma
sentado en su trono cubierto por su capa y una joven Meg Giry levantándola y
encontrando únicamente la máscara. El Fantasma se había desvanecido y todos
creían que había desaparecido para siempre. Ahora bien, Love Never Dies prueba que no es así, que están todos equivocados:
el Fantasma está vivo. De esta manera, en esta secuela, para Christine Daaé y
su marido, el pasado vuelve a visitarles. Como no lo he visto, no puedo decir
cómo termina, pero me sirve para introducir algo que, recientemente, me pasó a
mí. Para introducir a un personaje que llevaba tiempo oculto, pero que tarde o
temprano, iba a resurgir. No negaré que yo provoqué esto con ciertas preguntas
que hice… Bueno, dejémonos de cháchara y vamos a la historia. Esto es lo que
pasó…
Hace años, unos cuantos ya,
cuando este blog no era más que un recién nacido, escribí esta entrada sobre un comentario que escuché, pero nunca llegué a saber el
nombre de quien lo hizo… hmm o quizás sí, pero mi cerebro quiso que lo
olvidara. Pasó el tiempo y cual estrella fugaz, me reencontré con esta persona,
pero volví a guardar la información en un lugar tan escondido de mi cabeza, que
no pude recuperarla cuando, hará un año, más o menos, le saqué el tema a un
amigo, pero no recordaba nada. ¡Qué mala pata! Unos meses más tarde, él fue
quien lo sacó, pero nadie recordaba el nombre, sí la historia de la entrada.
Estaba escrito, nunca iba a saber quién era o cómo se llamaba la chica que
afirmó que eran un pasatiempo… No obstante, el tiempo se ríe de nosotros y
quiso que volviéramos a coincidir (¿es posible que interviniera la mano del
hombre? ¡Quién sabe!). Pues eso, que el pasado me visitó.
La situación fue la siguiente,
había estado yo disfrutando de los fuegos artificiales de La Mercè 2016 desde
el puente que lleva al MareMagnum de Barcelona y me quise unir a quiénes me
habían avisado de cuándo y dónde eran. Acabado el espectáculo y poco antes de
irme después de haber fracasado en mi búsqueda, me dijeron dónde estaban y,
contento, allí fui. Llegué y vi que su mesa era más grande de lo esperado y con
más gente de la que yo contaba. Mientras cogía una silla y me sentaba analicé
las caras: la mayoría me sonaban bastante –aunque quizás no pudiera ponerles
nombre a todas- y dos eran casi totalmente desconocidas. Creo que a una la
había visto en una de las fiestas/reuniones de amigos de la gran y mítica
anfitriona de Vía Augusta con Amigó, pero la otra… la cara de la otra… sabía
que la había visto antes: ¿en un sueño? ¿En un momento pasado? Ni idea, no
dejaba de ser un fantasma. Rápidamente, alguien presentó a la que ya me sonaba
y, a la vez, alguien trajo el pasado de vuelta: “¿recuerdas que me preguntaste
quién afirmó que las matemáticas del social era un pasatiempo? ¿La reconoces en
esta mesa?” La chica de la cara perdida en el tiempo empezó a reír. Entonces,
comprendí. Fue ella. Alguien del pasado había vuelto y aparecido en mi
presente. Muchas risas. Después de hablar un rato, saber qué había sido de
todos los de la mesa, pues había algunos de los que no sabía nada desde hacía
tiempo, y recordar anécdotas perdidas en las arenas del tiempo, acepté que, en
cierto sentido, ella siempre había tenido razón: las matemáticas del social
podían ser perfectamente vistas como un pasatiempo para los del
tecnológico.
Para poner un punto final a esto,
fue un placer haberme encontrado con todos vosotros el sábado noche y poder
terminar esta historia para que se quede en una mera anécdota. ¡Gracias a todos
y fue un placer veros a todos! ¡Hasta la próxima!