sábado, 3 de noviembre de 2012

El Señor Silver (III)


John McSliverly continuó con sus operaciones de compra en Libriscivis hasta que, siete años después, su esposa sufrió un accidente cuando volvía a casa de ver a su hija. Estaba conduciendo por una carretera de curvas que serpenteaba por la falda de una montaña y en una de ellas, le falló el freno y, como iba a una gran velocidad, el coche se precipitó al vacío. El funeral se celebró dos días después. Acudió toda la familia menos una persona, Sean McSliverly, que seguía con su aprendizaje y, cuando esto ocurrió se encontraba de viaje con su tío. Unos tres años después, y aún abatido por la tristeza que le causó la pérdida de su esposa, el señor McSliverly murió de madrugada mientras dormía. Un ataque al corazón. Su tumba estaba junto con la de su esposa, como bien expresó en su testamento. También pidió que se avisara a su hijo Sean. Solo que en lugar de él, se presentó en su nombre un tal señor Silver, que decía ser el mejor amigo del que no iba a venir, pues estaba gravemente enfermo. Mary, la única de los descendientes que estaba presente, creyó haber visto antes a ese joven que era de la edad de su hermano, pero rápidamente se quitó la idea de la cabeza. Tenía otras cosas de las que preocuparse en ese oscuro y lluvioso día. 

Tres horas después se vio una figura entrando en el campo santo con ramos de flores. Con lágrimas en los ojos se acercó a las lápidas de los señores McSliverly y allí las depósito. Estuvo un rato orando por sus almas. En ningún momento dejó de llorar en silencio. Vestía un traje oscuro con corbata negra, llevaba un sombrero de copa y se cubría con un gran paraguas. Una vez hubo dejado las flores, se volvió y, cuando salió del cementerio, se acercó a un coche que le esperaba. Salió de él un hombre que le aguantó el paraguas, le abrió la puerta y le dijo: 

-Señor Silver, adelante.

El Señor Silver (II)

De allí, la familia McSliverly partió a Castranova, donde la señora McSliverly tenía una propiedad. Allí, su marido, gracias a la ayuda de uno de los hermanos de ella, consiguió trabajo y lentamente fue recuperando el dinero perdido. Cinco largos e intensos años tardó el hombre en recuperar la mitad de la fortuna perdida en Libriscivis. Durante este tiempo, a través de conocidos, fue vigilando el desarrollo económico del pueblo para poder intentar recuperar los terrenos perdidos. Sin embargo, los habitantes no les querían de vuelta, por lo que los boicots a sus contactos allí no tardaron en llegar: les ignoraban, no accedían a entrevistarse con ellos, les pinchaban las ruedas de los vehículos, etc. Al principio solo fue esto, pero como vieron que no se iban, empezaron a amenazarles con cartas anónimas y empezó una campaña de publicidad negativa contra ellos. A los dos años, todos decidieron irse. El señor McSliverly estaba ciego y sordo en Libriscivis. Durante el quinto año después de su exilio, él mismo fue quien se presentó en el pequeño pueblo para gestionar su retorno. La respuesta de los ciudadanos fue la misma, solo que esta vez pasaron directamente a la acción violenta, pero con una diferencia: no solo en Libriscivis, también en Castranova. Esto obligó al señor McSliverly a enviar a sus hijos lejos de allí: la hija se fue a vivir con la hermana de su madre; el hijo, con la familia de su padre al viejo continente para aprender a llevar el negocio familiar y así poder volver más tarde a continuar con lo empezado por su padre. Con tristeza los niños se abrazaron y se dieron un adiós entre lágrimas. Ambos sabían que tardarían mucho en verse de nuevo.