viernes, 11 de diciembre de 2015

Las Ruinas

El Consejo de Thule iba a reunirse otra vez para coronar a un nuevo Alto Rey. El anterior no había reinado más de cuatro meses antes de morir súbitamente mientras dormía.

La representación del Reino de Deis iba encabezada por Cormac “el Sanguinario” y sus jinetes juramentados, su guardia personal. Junto a ellos estaba parte de la nobleza deisana con sus levas. Las familias y algunos siervos y esclavos acompañaban a la comitiva oficial. Al final había siete representantes de la comunidad druídica de Deis con tres de sus aprendices más avanzados. En total unas trescientas personas.

Estaban entrando en Glentara, el valle donde estaba la capital del Alto Rey y donde se reunía el Consejo, cuando uno de los aprendices se paró con la mirada fija en lo alto de una de las primeras colinas, desde donde se controlaba el valle y la desembocadura del río. Estaba cubierta por una densa niebla blanca que contrastaba con el rojizo cielo. Se empezaron a dibujar los contornos de lo que parecía un muro elevado, pero no conseguía identificar qué era. Cuando terminó el Sol de salir sobre el mar, mágicamente desapareció la neblina y tuvo ante sus ojos una imponente fortaleza. 

El muro exterior estaba cubierto por unas plantas trepadoras que brillaban por el reflejo de la luz en el rocío. En los extremos se alzaban unas torres circulares coronadas por unos picos. Hasta allá arriba llegaban las plantas. Aún  más alta era la torre del homenaje. Impactante, sin embargo, era el roble que se alzaba en el interior, porque la copa estaba sobrepasaba la muralla exterior.

“¿Qué hace una fortaleza así en Thule?” se dijo el aprendiz. “Aquí solo hay grandes salones en el centro de los pueblos rodeados por empalizadas de madera o pequeños muros con piedras de tamaños variados.”

La gran muralla exterior estaba hecha con piedras lisas. No había nada a lo que poder cogerse para subir, salvo las plantas que dominaban la pared, pero supuso que antaño no estaban. Era inexpugnable no solo por su posición sino por su construcción.

 “Seguro que eso lo hizo alguien que venía de la Confederación: solo allí hacen este tipo de fortalezas.” Afirmó para sí, orgulloso de venir de allí.

Algo que le sorprendió fue el color de las piedras. Era negro en lugar de gris. Podría haber sido obsidiana pero no brillaba y era más oscuro. Más aún que una noche sin Luna. Pero no solo era así la muralla exterior: las torres circulares y la torre del homenaje lo eran también. Parecía que lo hubieran quemado, pero era de piedra y seguía intacto.

“¿Qué fuego ha podido prender toda la fortaleza sin haberla dañado, solo tintado como si siempre hubiera sido negra?” se preguntaba. “¿Cuántos años debe de llevar allí arriba para que el roble sea tan alto y las enredaderas lo hayan cubierto todo?”

“¡Aprendiz!” gritó la voz grave del más anciano de los druidas que se estaba poniendo la capucha. “¡No te retrases mirando las ruinas de esa fortaleza maldita! ¡El rey no tolerará que el Consejo empiece sin nuestra presencia y si sabe que es por tu culpa, te enviará de vuelta al mar: tus conocimientos druídicos no te salvarán de su ira!”

El joven refunfuñó. Se encapuchó y se puso en camino. Conocía la ira del rey y no quería irse de Thule antes de tiempo: no podía volver al Valle Oscuro hasta ser un druida. Aún tenía mucho que aprender.


¿Quién construyó esa fortaleza?, ¿Cómo pudo acabar tan negra? y ¿Por qué estará maldita? fueron las preguntas que cruzaron su mente cuando recuperó su puesto entre los aprendices.