Desde la ventana podía ver una
gran duna que terminaba en una orilla y en algo parecido al mar… era extraño: habría
jurado que la intención era ir a la montaña, pero bueno. No podía quejarme ya
que esas eran las vistas que tenía desde una ventana panorámica en una
habitación bastante grande. A la vez, algo turbaba mi espíritu: estaba intranquilo,
nervioso, alterado.
Ensimismado por lo que tenía
delante y lo que sentía por dentro, no la escuché llegar. La noté cuando me
rodeó con sus brazos. Con calma me giré para poder mirarle a los ojos amables y
cálidos y nos fundimos en un profundo abrazo. Fue mágico: me calmó y se llevó
mis pesares. La tempestad que se había levantado en mi interior se disipó de
súbito. Me apreté más a ella y sus largos cabellos marrón oscuro me cubrieron
parte de la cabeza. Claro, comprendí, me sentía desprotegido y por eso
necesitaba ese abrazo, ese contacto humano: estaba como alejado de la realidad,
perdido. En todo caso, parecía que ella había obrado mágicamente en mi
interior. Ahora, estaba en paz.
“Dicen que esa arena no quema y
es muy fina. Se puede caminar bien por ella” dije sin separarme de ella, con
los ojos mirando al infinito sobre el agua y agradecido de que estuviera allí.
“Vayamos entonces a la orilla del
lago, ya haremos senderismo mañana. Voy a cambiarme” respondió con una sonrisa
mientras nos separábamos y se fue a otra zona de la habitación.
“Me parece perfecto. Yo también”
dije, aunque me chocaba que no hubiera recordado antes que las montañas estaban
al otro lado y que, si bien es cierto que no veía la otra orilla, eso no era ni
de lejos un mar.
Hacía poco que habíamos llegado y
las maletas estaban recién deshechas. Me acerqué a un armario donde tenía
guardadas las ropa de baño, cuando la puerta se abrió. Entró entonces una
pareja de mediana edad y empezaron a ocupar la mitad de la habitación que
nosotros no habíamos tocado.
“¡Buenos días!” saludaron al
unísono con alegría.
“¡Bienvenidos!” les devolví el
saludo
Parecía que tuvieran experiencia
en viajes porque sin cruzarse muchas palabras y, en pocos minutos, su gran
equipaje estaba ya guardado y las maletas cerradas. Yo lo vi mientras, sin
fijarme, cogía una camiseta verde. Entonces, ella apareció con vestido de seda ligero
de color esmeralda. ¡Habíamos escogido el mismo color! Sonreímos con la cara y
los ojos. Se acercó y nos entrelazamos una vez más, pero esta vez fue más
breve.
“Nos vemos abajo” me dijo sin
perder su sonrisa.
“Hasta ahora” respondí con
alegría.
Ella caminó hacia la puerta, la
abrió y la cruzó. Súbitamente, todo se volvió oscuro. Parecía que todo estaba
desapareciendo. ¡Qué pasaba! ¡¿Por qué ocurría?!
Se hizo el silencio. Solo oía mi
respiración agitada. Un ruido llegó de fondo. Se aproximaba una música
tranquila. Un fogonazo de luz la acompañaba.
“¡Buenos días, Ignacio! Hora de
despertarte” me dije.
Me sorprendió que siguiera
recordando de manera tan vívida y real aquello soñado. Lo escribí rápidamente
para, más tarde, poder convertirlo en una pequeña narración y, mientras lo
hacía, recordé eso que se dice de: “si sueñas con una persona, es que ella
también está pensando en ti”. Mi pregunta es: ¿pensando de la misma forma?
Bueno, será mejor no saberlo.