martes, 13 de octubre de 2015

La Despedida

Querida Líada,

Pronto desapareceré. De hecho, ahora, mientras lees esto, ya debo estar embarcado hacia tierras lejanas.  Eres una de las personas que siempre ha estado allí, en silencio o hablando y que nunca me ha fallado. Aún sin ninguna palabra, siempre me has entendido, has sabido que pensaba. En las otras tabernas, disfrutamos bastante con las músicas de los bardos de tierras lejanas… sobretodo con los Thulianos, del bello reino de Thule, asentado sobre eternas islas esmeralda, y sus leyendas e historias de tiempos inmemoriales acompañadas con la música que sus druidas han compuesto.

Siempre has aceptado mis desapariciones, mis rarezas y mis reservas. Estuvieses con quien estuvieses y me vieses o no, estar cerca o contactar contigo siempre ha sido una alegría para mí. Me has dado muchos buenos momentos. Me has hecho conocer a alguien como yo.

Muchas gracias por todo. No te pido que me recuerdes, solo que no me olvides. Algún día volveré.

Brian


Esta es la carta que consiguió dejar, con sumo sigilo, el discípulo de Rumpelstiltskin en la habitación de Líada, la hija del posadero y su amiga desde antes de ser acogido por el mago tenebroso. La hija del hombre que, como él esperaba, iba a llevarle al límite de Loughstadt para poder embarcarse en el puerto libre e irse a Thule. Con el mismo silencio con el que entró, salió de la alcoba por la ventana. Ató el caballo en el poste que había delante de La Misión del Navegante. Se puso la capucha. Se acercó a la puerta. Escuchó las voces que provenían de dentro. Tenía que hacerlo: era su único medio para salir del reino antes de que amaneciera. Abrió la puerta. Entró.