La tormenta se desató hacia el
final de la noche. Los guardias de Skellig vieron cómo azotaba las aguas y cómo
el dios del trueno descargaba su ira.
“Espero que no haya ningún barco
por ahí ahora” dijo uno cubierto con su capa. “Y si lo hay, que los dioses se
apiaden de las almas de sus tripulantes”.
“¡Seguro que lo hay!” respondió
contundentemente el otro. “Mañana empieza la gran feria de Narbe y algún mercader
del sur querrá ser el primero en llegar. Aunque con esta noche, las aguas y las
rocas ocultas, no sé yo si se acercaran a nuestras costas…”
Un rayo cayó y les pareció ver
que no impactaba sobre las aguas. Poco tardó el trueno en hacerse oír.
En ese mismo momento, en el
edificio colindante al Gran Salón, una niña de unos nueve años despertó
súbitamente. Corrió a la cama de sus padres y empezó a dar golpecitos en el
brazo de su padre para despertarle.
“Papá, papá” dijo la niña
mientras dejaba el antebrazo descansar. “Papá, despierta. Va a llegar ahora.
Con la tormenta.”
“Hija” dijo el padre con voz
ronca y mirando a su hija. “¿Qué dices? Ves a dormir. No va a venir nadie ahora”.
Cerró los ojos de nuevo.
“Papá” repitió la niña. “Lo he
visto. Las otras veces tenía razón y era tarde cuando íbamos. Por favor, papá”
insistió “vamos a la playa. Depende de nosotros.”
“Venga, Keiran” dijo Brianna, su
esposa, con calma, pues sabía que era la única manera de convencerle. “Sally
tiene razón. Ya ha demostrado que ve cosas que están a punto de pasar.
Acompáñala con alguno de tu guardia personal a la playa. Si no hay nadie,
estará tranquila; pero si sí lo hay, ya no estará de nuevo en silencio tanto
tiempo por no haber salvado una vida.”
“Vale” cedió él. “Sally, ponte
una capa y despierta a tu hermano Oisin. Yo avisaré a Cormac para que prepare
cuatro caballos.”
Unos quince o veinte minutos
después, cuatro figuras montadas cruzaron el pueblo y llegaron hasta la puerta
donde dos guardias admiraban la tormenta desatada sobre el mar y que se
empezaba a alejar.
“¡Abrid la puerta!” gritó Keiran
a los guardias.
“Ahora vamos, señor” dijo uno,
que bajó rápidamente de la torre, la abrió y les facilitó el paso. Las cuatro
sombras tomaron el camino hacia el agua. Se perdieron en la oscuridad.
Clareaba un poco cuando los
caballos empezaron a cabalgar sobre la fina arena de la playa. Podían ver a lo
lejos, entre las rocas, los despojos de un barco y trozos de madera, cajas y
barriles a la deriva y en la playa. De repente, la niña galopó hacia la orilla.
“¡Sally!” gruñó su padre. “¿Qué
haces? ¡Detente!” Y arrancó tras ella. Cormac y Oisin poco tardaron en hacer lo
mismo.
La pequeña de los cuatro,
ignorando los gritos de Keiran, no se paró porque le había parecido ver algo
más junto a uno de los maderos. Llegó a la ribera y saltó del caballo para
adentrarse en el agua. Con sus manos agarró un trozo de madera y lo atrajo
hacia sí. Tan concentrada estaba en su tarea que no escuchó como se apeaban ni
su padre ni su hermano ni el guarda y se situaban junto a ella. Entre los
cuatro llevaron el trozo de madera a la arena. Solo entonces se dieron cuenta
de por qué había escogido ese: encima estaba un joven tumbado, quieto y cubierto con
una capa oscura y empapada y algo de sangre en la cara.
“Sigue vivo” dijo Sally
convencida y con serenidad. “Lo sé, pero hay que llevarle rápidamente junto a
un fuego. Si no, no habrá servido de nada venir a buscarlo.”
“Oisin, ayúdame a quitarle la
capa” ordenó el padre. “En cuanto esté hecho, cógela, corre al caballo y vuela
hacia el pueblo para que abran las puertas. Iremos directamente a nuestra casa,
sin parar. Cormac” continuó y le miró, “me ayudarás a montarlo en mi caballo y
luego cerrarás el grupo” dijo mientras él asentía con calma. “Sally, tú cabalgarás
entre Cormac y yo. No paréis hasta llegar a casa. Tú no dirás nada de esto a
nadie” miró al guardia de nuevo, quien sonrió. “Gracias” le dijo Keiran. “¡Vamos!”.
Todos hicieron como había dicho.
Oisin llegó el primero para prevenir a los guardias de que debían tener la
puerta abierta para cuando llegara su padre. Mientras, Cormac y Keiran habían
subido al joven al caballo. Sally veía todo y temblaba, pues temía por la vida
del joven. Empezaba a verse el Sol por el horizonte.
Cabalgaron raudos y entraron sin
problemas en el pueblo. Sally abrió la puerta de la casa y los adultos
descargaron al chico y lo llevaron en brazos hasta el brasero que estaba en el
centro y que Brianna había revivido en cuanto los cuatro habían marchado. Le
tendieron, le quitaron las ropas mojadas y le pusieron unas mantas y pieles
encima para que entrar en calor cuanto antes. Esperaron. El tiempo pasaba muy
lentamente. Vieron que las mantas se movían. Empezó a toser y sacó parte del
agua que había tragado. Se crisparon por cómo se movió por si se ahogaba. Se
acercaron a él. Paró. Volvió a cerrar los ojos, pero respiraba con algo más de
normalidad. Todos se calmaron. Los rayos del Sol que acababa de salir entraron
por la puerta e iluminaron la habitación.