jueves, 25 de abril de 2013

Una leyenda de Sant Jordi

Volviendo de la Tercera Cruzada, el joven noble Jorge tomó el camino que cruzaba el desierto de Libia. En su ruta había una ciudad que en otro tiempo fue la más próspera de la zona, pero que en los últimos años parecía estar maldita. La gran Leptis, antigua capital de un imperio estaba dominada por el terror al gran dragón que habitaba en las montañas y que atemorizaba a todos los comerciantes, de manera que muy pocos se atrevían a acercarse. Cada dos días, los habitantes de la ciudad debían entregarle al dragón un tributo, para que la bestia permitiera pasar a los vendedores y no se aislara la ciudad, pues, al fin y al cabo, era un simple animal. Todo fue bien hasta que estos se acabaron. Como no se veían capaces de hacer frente al dragón, el gobernador decretó que se le entregaría un miembro de una familia escogida en un sorteo que se realizaría en la plaza central de Leptis. Especificó que aquella podía ser cualquier persona que allí habitase, incluso su propia y amada hija matizó, pues pensó que nunca le tocaría a ella.

Por aquel entonces, y desconociendo todo esto, el joven noble llegó a las inmediaciones de la ciudad y encontró un paisaje desolador: no había carretas de comerciantes por los alrededores, no había tiendas de bereberes, no había nada. Desde donde él estaba, cualquiera diría que la ciudad era fantasma: de la ciudad no se oía ruido alguno. Sin temor, avanzó por la carretera y entró a Leptis por la puerta oriental. Sin descabalgar se dirigió por las grandes avenidas hacia el centro, donde parecía que la gente estaba. Mientras estaba acercándose allí, vio a pocas personas, pero todas ellas con caras largas y las que eran mujeres jóvenes, principalmente, con lágrimas en los ojos. Se preguntó a qué se debía eso y por eso se dirigió con más velocidad al centro de la ciudad, donde unos guardias le obligaron a descabalgar.Con sus básicos conocimientos de árabe, que era la lengua hablada por los habitantes de la ciudad, preguntó al soldado qué estaba ocurriendo y este alegremente se lo explicó. El noble cruzado, después de darle las gracias, amarró el caballo en un poste cercano y se dirigió al centro de la plaza.

El camino hasta allí fue complicado porque la muchedumbre le impedía moverse en la dirección que el quería, pero al final, tras un duro esfuerzo, lo consiguió. Mientras él caminaba, las puertas del palacio se abrieron y el gobernador de Leptis salió de su residencia, subió a la tribuna junto a su séquito y un niño de unos 8 años y se dispuso a realizar el sorteo. Uno de los acompañantes vendó los ojos al infante y este, que simbolizaba a la inocencia, extrajo de una urna de oro un papel con un nombre. El mismo que le había cubierto los ojos recogió el nombre y lo leyó en voz alta y firme: "Princesa Sabra". Todos los presentes se quedaron helados, principalmente el gobernante de la ciudad, y solo rompió el silencio el sonido de los pasos rápidos de un sirviente que se dirigía a palacio. Sabacio, el gobernador de Leptis, asintió, dando la aprobación del nombre, y con tristeza se dirigió de vuelta a su residencia: en dos días, su hija Sabra, futura esposa del heredero al trono de Libia, iba a ser entregada al dragón.

La noticia de la llegada de un occidental a la ciudad corrió como la pólvora. El ayuda de cámara de la princesa, al oír,  por boca de unos navegantes que hicieron noche en la ciudad, que había sido un valiente guerrero y que su valor le precedía en toda Tierra Santa y gran parte de Europa, se lo comunicó al rey, que al instante ordenó que se le llevase a su presencia. Después de agasajarle y prometerle todo lo imaginable, incluso la mano de Sabra, comprometida con el heredero del reino, el gobernador le pidió que se enfrentara al dragón, pues sabía de sus proezas y no quería ver a su adorada hija muerta por una fiera endemoniada. El noble Jorge se negó en rotundo, pues esa no era su guerra y le dijo al gobernador que esa misma noche pensaba partir, pues un barco le esperaba y no podía retrasarse. Aún más entristecido, vio el gobernador partir a su única esperanza, ya que sabía que nadie de la ciudad intentaría salvarla y no había tiempo para avisar el príncipe.

Jorge, sin embargo, había dicho una media verdad. Efectivamente salió de la ciudad esa misma noche por la puerta norte, cruzó el puente y tomó el camino que pasaba cerca de la morada del dragón y acampó a media jornada de distancia. Una vez allí espero y, el día anterior a la entrega, limpió su armadura, sus armas y su caballo.

 Cuándo el Sol estuvo en su punto más alto en el día de la entrega, Sabra, ataviada con sus mejores vestidos salió de la ciudad y se situó en el centro del puente a esperar la llegada del dragón , para ayudar a su pueblo. Mientras pensaba en el desenlace fatal, el padre de la joven, que estaba en la muralla junto con el resto de la población de Leptis, vio a lo lejos que alguien resplandeciente avanzaba hacia el puente. Cuando se acercó vio claramente que era un caballero, montado en un blanco semental, bien armado con una pulida armadura, la lanza en la mano derecha y el escudo, con una cruz roja sobre fondo blanco, en la izquierda. Ni él, ni la gente de la ciudad ni la princesa sabían quien era. Cuando al fin llegó al puente, apareció el fiero dragón.

"Váyase, noble caballero, esta no es su guerra" le decía Sabra, "es mi deber ser entregada al dragón".

El joven, haciendo caso omiso, se quedó en el mismo lugar y vio como la criatura se posaba delante de él. Entonces, lanza en ristre, se dirigió a galope hacia esta en acto suicida pero valiente. Como el Sol estaba en su zenit, el feroz animal fue deslumbrado por la pulida y brillante armadura de Jorge, por lo que no pudo reaccionar a tiempo y la lanza de este entró limpiamente en su corazón. Antes de morir, el dragón hizo un brusco movimiento que asustó al caballo del noble, que acabó en el suelo, y cayó, llevándose consigo la lanza que lo fulminó. La gente de la ciudad se alegró, las puertas se abrieron y la princesa se dirigió corriendo a abrazar a su padre y después corrió hacia el noble Jorge, que seguía tendido en el suelo.

Antes de que Sabra llegara, él se levantó un poco aturdido y caminó hacia el dragón con la espada desenvainada. Del agujero de la lanza manó toda la sangre de la bestia muerta y de esta brotaron tres preciosas rosas rojas. El noble Jorge las vio y se dijo: "Una será para mi madre, otra será para la princesa a la que he salvado y la tercera para mi verdadero amor, que con ansia espera mi retorno". Entonces, cortó la primera de ellas y se la entregó a Sabra como símbolo de la liberación del dragón. Acto seguido, hizo lo mismo con las otras dos pero se las guardó. Montó en su blanco caballo y continuó su camino de regreso a casa.

Un mes después, el noble Jorge se embarcó y tres semanas después llegó a su feudo, donde entregó las otras dos rosas, que seguían en el mismo estado: estaban igual de rojas y vivas que cuando las cogió del manto de sangre que cubría el suelo.

En Leptis, desde que el caballero noble Jorge matara al dragón, cada año recogían una gran cantidad de rosas que nacían del suelo donde se vertió la sangre de la bestia. Eso les servía como recordatorio de lo ocurrido. La princesa Sabra se convirtió tiempo después en reina y su escudo tenía la flor que el cruzado le regaló. 

Por su parte, Jorge, gracias a sus buenas acciones, entre otras cosas, llegó a ser canonizado y se convirtió en patrón de diversas ciudades, provincias y hasta países (o reinos), siendo conocido a partir de ese momento como San Jorge.

Y yo, un simple contador de leyendas, deseo que todos vosotros, lectores, pasarais un gran día de San Jordi el pasado martes 23 de abril.


San Jorge y el Dragón, de Rafael

martes, 9 de abril de 2013

Allí estaré

Por distintas razones ella llevaba una temporada un poco mala y estaba deprimida. No sabía que hacer y empezaba a desesperarse. Los últimos acontecimientos habían sido en su mayoría reveses y eso estaba haciendo mella en ella. Él lo veía y quería ayudarla, pero algo le paraba: temía hablar con ella. No sabía como decirle que siempre estaría allí y que para cualquier cosa que necesitara podría contar con él. Se decidió, cogió el teléfono y la llamó. Tras unos minutos de espera salió el buzón de voz y le dejó un mensaje.

"Si te sientes sola y hundida, debes saber que allí estaré siempre para confortarte, animarte y entenderte. Si estas confundida y no sabes por qué camino seguir, allí estaré para ayudarte a escoger el correcto. Si por algún motivo te equivocaras, ya sabes que nunca me decepcionarás. Recuerda siempre esto: cuando me necesites, allí estaré, y en lo que pueda, te ayudaré. Solo tienes que avisarme y apareceré. Sabes bien donde encontrarme. Un..."

Dicho esto sonó un pitido y se colgó el teléfono. "Al menos lo importante ha quedado grabado" se dijo él.

(Para el mensaje debo reconocer que me ha ayudado mucho la canción de The Corrs At your side que podéis escuchar en este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=C4fF2EJy9Aw)