miércoles, 8 de noviembre de 2017

Un lugar especial

Dormía plácidamente cuando lo que parecía el sonido de unas alas lo despertó. Abrió los ojos y vio que estaba en el jardín de una gran mansión.

“¡Qué raro! Juraría que estaba durmiendo en mi cama” pensó.

Dio unos pasos hacia la casa y vio que había gente vestida en colores muy claros, casi blanco. Parecía que brillaban. Siguió caminando y abrió la puerta de cristal.

“¡Cuánta paz! ¡Qué bien se está aquí!” cruzó su mente en el momento en que entró en el edificio.

Caminó a través de dos habitaciones y llegó a un gran salón. Había poca gente y estaba a punto de salir cuando, con el rabillo del ojo, vio que unas personas vestidas de un color puro le miraban fijamente con una sonrisa grande en la boca. Ladeó la cabeza y reconoció los rostros de cuatro personas a las que quería, pero había, en cierto modo, perdido. Uno hacía ya unos años; los otros tres, hacia menos.  Se acercó y sus ojos se tornaron vidriosos mientras unas lágrimas recorrían sus mejillas.

“No llores” dijo el más joven de entre ellos.

“No estés triste” dijo la mujer.

“Os estaremos esperando” añadió el más anciano.

“Pero no tengáis prisa” completó el tercer hombre, aquel que había sido el primero en irse.

“Os cuidaremos desde aquí y os protegeremos” cerró el que primero había hablado.


Las lágrimas siguieron derramándose pero ya estaba tranquilo. Era todo lo que necesitaba oír. Cerró los ojos un momento porque le escocían. Los abrió de nuevo y vio el techo de su habitación de nuevo. Esta vez estaba más tranquilo que cuando se acostó. Sabía que estaban todos bien, que estaban felices, que no sufrían, que descansaban.