jueves, 24 de octubre de 2013

La leyenda del pájaro de fuego

"En otro tiempo, vivía un gran rey que tenía tres hijos: el mayor se llamaba Robert; el segundo, Louis; y más joven, Philippe. En el jardín del palacio había un gran manzano que había sido plantado por la difunta reina tiempo ha. Cada año, el bello árbol se cubría de suculentas manzanas que, inexplicablemente, desparecían.
Un día, Robert decidió hacer guardia junto al árbol. Cuando llegó la noche, él se escondió y esperó, pero como no vino nadie, se durmió. A la mañana siguiente, cuando el rey fue a contar las manzanas, se dio cuenta de que alguien se había llevado tres.

El turno de Louis llegó al día siguiente. El joven vigiló el árbol pero, hacia medianoche, se durmió y no consiguió ver al ladrón. La tercera noche fue Philippe quien debía estar a la espera del extraño y, para ello, tomó su fusil para cuando este llegara. Hacia las dos de la mañana, cuando todavía estaba oscuro, un gran ruido le despertó y lo vio: era un gran pájaro de alas brillantes. A pesar de la magnificencia del animal, él sabía que debía pararlo, por lo que apuntó con su arma  y le disparó. El grito del ave fue estremecedor y huyó despavoridamente, dejando una de sus brillantes plumas en el árbol.

Cuando Philippe se la enseñó a su padre, el rey admiró la preciosa pluma del ave maravillosa y estaba tan encantado por su belleza que hablaba sin cesar sobre el misterioso ladrón y daría la mitad de su reino para poseer a ese animal extraordinario. Se pasaba el día pensando en él, dejo de comer y los médicos empezaron a temer por su salud. Entonces, el rey, cuya salud ya se resentía, reunió a sus hijos en su alcoba y les pidió que encontraran el ave que Philippe había herido junto al manzano.

Tras una noche de preparativos, los tres príncipes partieron al día siguiente, bajo la protección del Sol, en busca del extraño animal. Poco tiempo después, Robert y Louis volvieron decepcionados al castillo pues no habían encontrado ninguna pista de la maravillosa ave. El padre, que con el paso de los días se consumía, al ver a sus dos hijos volver sin éxito alguno, empeoró y temieron que sus días ya llegaran a su fin. No obstante, tenía él aun una pequeña esperanza: el más joven de los príncipes seguía buscando al ave.

Mientras todo esto ocurría, Philippe, la última esperanza del rey,  había encontrado una cueva de la que salía una luz que parecía un gran fuego. Movido por la curiosidad, se acercó y, petrificado, vio como el ave que había herido se consumía en fuego y de sus mismas cenizas resurgía majestuosamente. Decidido a capturar al fénix, Philippe atacó al animal mientras este dormía, pues sabía que en cualquier otro momento le sería imposible, y, a pesar de ser herido de gravedad, consiguió reducirlo y atarlo al corcel para así tomar el camino de vuelta al castillo de su padre llevarlo ante él.

Tras tres días de cabalgar sin descanso, el príncipe benjamín llegó a la fortaleza y al llegar al patio de armas donde fue recibido por sus hermanos, cayó al suelo exhausto y al borde de la muerte. El animal, que sabía que las intenciones de Philippe al capturarlo eran buenas pues quería salvar a su padre de la muerte, se apiadó de él y, en lugar de dejarlo morir, se acercó al jinete y derramó algunas lágrimas sobre sus heridas. Ante el asombro de Robert, Louis y el resto de los presentes, estas dejaron de sangrar y cicatrizaron automáticamente.

El rey, al borde de abandonar este mundo, llamó a uno de sus ayudantes para que le dijera a qué se debía ese alboroto, pero en vez de ser su criado quien abriera la puerta, fue Philippe y detrás de él apareció el majestuoso fénix que, haciendo uso de nuevo de sus habilidades mágicas, sanó al anciano monarca,  llevándole paz a su interior y haciéndole recuperar la vitalidad.

Desde entonces se dice que el animal vela la ciudad, aunque esta le haya olvidado y solo su universidad le tiene como símbolo tras su renacimiento de las cenizas después de los bombardeos en 1944. Esta es Caen."

Agradezco a Lorraine, profesora de francés, por entregarnos un ejercicio con parte del cuento, y a Bea, compañera de clase, por colaborar en la escritura de parte del resto.