miércoles, 3 de diciembre de 2014

Un nuevo día

La reina miraba feliz como su hijo primogénito estaba siendo vestido para la ceremonia. Ahora que ya había cumplido los dieciséis años ya podía ser coronado rey y permitir a su madre disfrutar de sus hijos pequeños, de los que había estado ausente estos últimos años por los problemas que habían asolado el reino: guerras, tempestades, malas cosechas y otras desgracias, pero que ya habían llegado a su fin: la tormenta había pasado y los males se habían ido con ella. Por fin la hija del molinero podría ver a su hijo coronado rey: qué orgulloso estaría su abuelo. 

La reina entró en la gran biblioteca palacio y empezó a caminar entre las grandes estanterías hasta llegar al balcón. Abrió las puertas y salió. La fría brisa le rozó el rostro mientras ella avanzaba hacia la balaustrada. Puso sus manos ligeras sobre esta mientras miraba las magníficas vistas: el lago azul brillaba como nunca antes lo había hecho, las verdes montañas estaban coronadas con los últimos vestigios de las nieves del duro invierno y no había ninguna nube en el cielo. La ciudad estaba teñida de todos los colores, en el puente que cruzaba el río por la rada ondeaban todas las banderas de los diferentes ducados y condados y oleadas de gente, desde nobles hasta campesinos, pasando por religiosos, todos ellos vestidos con sus mejores galas, se acercaban a la isla real donde la coronación tendría lugar. Casi todo estaba listo. 

Cuando los miembros de la guardia real y del consejo se acercaban a paso decidido hacia el palacio, la reina decidió volver a entrar para ir a buscar a su hijo. El gran momento estaba llegando. Entró en la gran habitación y cerró las puertas que ella misma había abierto unos instantes antes. Se giró y antes de moverse hacia la salida, con el rabillo del ojo, vio una hoja en el suelo. "Supongo que se habrá caído por la corriente" se dijo. La cogió y cuando la iba a poner sobre la mesa de roble, se paró un momento a leer el breve escrito. Eran tres versos escritos en tinta roja escarlata.

"Y antes de que llegue la calma y la luz ilumine la Ciudad del Lago,
el último trueno al Señor del Bosque despertará 
y con él, la tormenta volverá."

La reina se tornó pálida y durante unos segundos su corazón dejó de latir. No podía ser verdad: ¿qué podía ser peor que el crudo invierno ya pasado? ¿Quién era este Señor del Bosque qué iba a traer la tormenta? Estas preguntas, y otras muchas más rondaban la cabeza de la reina cuando su criada la avisó. "Mi señora, ya está todo listo. El momento ha llegado", le dijo. Rápidamente se recuperó de su turbación. Fue a su alcoba y se colocó la capa y se ciñó la corona que durante poco más tiempo iba a llevar. Bajo a la puerta del palacio donde su hijo, inmensamente feliz, la esperaba con la guardia y el consejo real. Las puertas se abrieron con sonido de las trompetas y los cuernos.

Mientras tanto, por la orilla oriental del lago cabalgaba un jinete con armadura verde oscuro y capa azabache sobre un corcel negro en dirección a la gran ciudad...

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