“¿Qué
haces aquí, Sally?” preguntó Leary, recuperado del sobresalto por la misteriosa
aparición. “Pensaba que estarías en las celebraciones Deis como hija de noble
que eres…”
Sally
le echó una mirada furiosa
“Psé,
ya estoy harta de esas fiestas: todas son iguales. Los hombres comen y beben,
mientras las mujeres cuchichean como verduleras y están pactando bodas para
nosotras, las jóvenes, que hemos de estar aguantando las miradas lascivas y
ávidas de los comensales” explicó ella con amargura. Entonces puso una cara
risueña “yo prefiero ir a buscar a futuros druidas solitarios y hablar con
ellos. Así me siento más…” y se quedó pensativa.
“…
buena persona” terminó Leary.
“Puede
ser, je, je, je” rió ella. “Me han dicho que en el campamento Udalh hay esta
noche un cuentacuentos muy bueno. ¿Quieres ir a escucharle? ¡Cuentan que es un
hombre de la isla de Alba que se conoce todas las historias y leyendas de Thule!”
Leary
abrió los ojos como platos. Esa podía ser su oportunidad de conocer la historia
de la misteriosa fortaleza maldita.
“¡Me
parece una idea genial! Es mejor que mi plan…” dijo intentando, sin éxito, no
parecer tan ilusionado como estaba.
“Sí,
claro que es mejor que no hacer nada en el campamento mirando el horizonte” le
cortó ella con una sonrisa maligna. Él la fulminó con la mirada.
“Pero,
¿cómo quieres que nos colemos?” preguntó Leary, que sabía que no podían
mezclarse entre reinos antes de la fiesta de final del Consejo, salvo algunos
que sí tenían permiso.
“Con
tu capa de aprendiz de druida de nuestro pueblo no pasaremos muy desapercibidos,
eso es indudable” dijo Sally mientras sacaba del interior de su capa un bulto
de tela. “Toma, cógela y póntela” y se lo lanzó.
Leary
lo atrapó y lo desplegó. Era una capa como la suya, pero sin ornamentos de la
nobleza deis. Esto era lo que daba libertad para pasear: los nobles, como los
druidas, podían deambular tranquilamente por cualquier parte de la pequeña,
ahora rebosante, ciudad durante los Consejos. El resto de personas no podían,
salvo que acompañasen a alguien que sí tenía ese permiso.
“¿De
quién es esta capa?” preguntó inquisitivamente y alucinado.
“Sí,
es de quien tú piensas” respondió, que lo conocía tan bien que casi podía leer
su mente solo con mirarle a los ojos. “Es la capa de uno de los sirvientes de
mi padre” y calló unos segundos. “Si quieres llegar antes de que empiece con la
primera historia, más vale que te cambies la capa y nos vayamos” dijo Sally
mientras se levantaba y se dirigió hacia la puerta por la que había entrado al
campamento de los druidas.
Rápidamente,
Leary se quitó la capa druídica, la plegó y cuidadosamente la guardó en su
fardo. Salió de la tienda mientras se ponía la de sirviente y alcanzaba a la
sombra verde oscura de Sally que ya estaba fuera del campamento, de camino a la
zona de la ciudad ocupada por los udalhenses.
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