domingo, 26 de marzo de 2017

Un nuevo amanecer

La tormenta se desató hacia el final de la noche. Los guardias de Skellig vieron cómo azotaba las aguas y cómo el dios del trueno descargaba su ira.

“Espero que no haya ningún barco por ahí ahora” dijo uno cubierto con su capa. “Y si lo hay, que los dioses se apiaden de las almas de sus tripulantes”.

“¡Seguro que lo hay!” respondió contundentemente el otro. “Mañana empieza la gran feria de Narbe y algún mercader del sur querrá ser el primero en llegar. Aunque con esta noche, las aguas y las rocas ocultas, no sé yo si se acercaran a nuestras costas…”

Un rayo cayó y les pareció ver que no impactaba sobre las aguas. Poco tardó el trueno en hacerse oír.

En ese mismo momento, en el edificio colindante al Gran Salón, una niña de unos nueve años despertó súbitamente. Corrió a la cama de sus padres y empezó a dar golpecitos en el brazo de su padre para despertarle.

“Papá, papá” dijo la niña mientras dejaba el antebrazo descansar. “Papá, despierta. Va a llegar ahora. Con la tormenta.”

“Hija” dijo el padre con voz ronca y mirando a su hija. “¿Qué dices? Ves a dormir. No va a venir nadie ahora”. Cerró los ojos de nuevo.

“Papá” repitió la niña. “Lo he visto. Las otras veces tenía razón y era tarde cuando íbamos. Por favor, papá” insistió “vamos a la playa. Depende de nosotros.”

“Venga, Keiran” dijo Brianna, su esposa, con calma, pues sabía que era la única manera de convencerle. “Sally tiene razón. Ya ha demostrado que ve cosas que están a punto de pasar. Acompáñala con alguno de tu guardia personal a la playa. Si no hay nadie, estará tranquila; pero si sí lo hay, ya no estará de nuevo en silencio tanto tiempo por no haber salvado una vida.”

“Vale” cedió él. “Sally, ponte una capa y despierta a tu hermano Oisin. Yo avisaré a Cormac para que prepare cuatro caballos.”

Unos quince o veinte minutos después, cuatro figuras montadas cruzaron el pueblo y llegaron hasta la puerta donde dos guardias admiraban la tormenta desatada sobre el mar y que se empezaba a alejar.

“¡Abrid la puerta!” gritó Keiran a los guardias.

“Ahora vamos, señor” dijo uno, que bajó rápidamente de la torre, la abrió y les facilitó el paso. Las cuatro sombras tomaron el camino hacia el agua. Se perdieron en la oscuridad.

Clareaba un poco cuando los caballos empezaron a cabalgar sobre la fina arena de la playa. Podían ver a lo lejos, entre las rocas, los despojos de un barco y trozos de madera, cajas y barriles a la deriva y en la playa. De repente, la niña galopó hacia la orilla.

“¡Sally!” gruñó su padre. “¿Qué haces? ¡Detente!” Y arrancó tras ella. Cormac y Oisin poco tardaron en hacer lo mismo.

La pequeña de los cuatro, ignorando los gritos de Keiran, no se paró porque le había parecido ver algo más junto a uno de los maderos. Llegó a la ribera y saltó del caballo para adentrarse en el agua. Con sus manos agarró un trozo de madera y lo atrajo hacia sí. Tan concentrada estaba en su tarea que no escuchó como se apeaban ni su padre ni su hermano ni el guarda y se situaban junto a ella. Entre los cuatro llevaron el trozo de madera a la arena. Solo entonces se dieron cuenta de por qué había escogido ese: encima estaba un joven tumbado, quieto y cubierto con una capa oscura y empapada y algo de sangre en la cara.

“Sigue vivo” dijo Sally convencida y con serenidad. “Lo sé, pero hay que llevarle rápidamente junto a un fuego. Si no, no habrá servido de nada venir a buscarlo.”

“Oisin, ayúdame a quitarle la capa” ordenó el padre. “En cuanto esté hecho, cógela, corre al caballo y vuela hacia el pueblo para que abran las puertas. Iremos directamente a nuestra casa, sin parar. Cormac” continuó y le miró, “me ayudarás a montarlo en mi caballo y luego cerrarás el grupo” dijo mientras él asentía con calma. “Sally, tú cabalgarás entre Cormac y yo. No paréis hasta llegar a casa. Tú no dirás nada de esto a nadie” miró al guardia de nuevo, quien sonrió. “Gracias” le dijo Keiran. “¡Vamos!”.

Todos hicieron como había dicho. Oisin llegó el primero para prevenir a los guardias de que debían tener la puerta abierta para cuando llegara su padre. Mientras, Cormac y Keiran habían subido al joven al caballo. Sally veía todo y temblaba, pues temía por la vida del joven. Empezaba a verse el Sol por el horizonte.


Cabalgaron raudos y entraron sin problemas en el pueblo. Sally abrió la puerta de la casa y los adultos descargaron al chico y lo llevaron en brazos hasta el brasero que estaba en el centro y que Brianna había revivido en cuanto los cuatro habían marchado. Le tendieron, le quitaron las ropas mojadas y le pusieron unas mantas y pieles encima para que entrar en calor cuanto antes. Esperaron. El tiempo pasaba muy lentamente. Vieron que las mantas se movían. Empezó a toser y sacó parte del agua que había tragado. Se crisparon por cómo se movió por si se ahogaba. Se acercaron a él. Paró. Volvió a cerrar los ojos, pero respiraba con algo más de normalidad. Todos se calmaron. Los rayos del Sol que acababa de salir entraron por la puerta e iluminaron la habitación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario