lunes, 9 de diciembre de 2013

Un nuevo comienzo

Caminaba por las grises calles de la ciudad. Aunque solo eran las cuatro de la tarde, parecía ya que fueran las ocho: las nubes oscuras cubrían el cielo y el Sol, de manera que parecía que había niebla dentro de la ciudad. Esto lo acentuaba la lluvia: las finas gotas hacían que pareciera que la ciudad estaba oculta bajo un manto de bruma espesa. Por la falta de luz se encendió el alumbrado de la ciudad que, por las cortinas de lluvia, emitían una luz fantasmal de color blanca.

Las calles estaban prácticamente vacías: los pájaros estaban ocultos en sus nidos y los únicos sonidos que se oían eran las gotas de lluvia impactando contra el suelo o los edificios, las calesas tiradas por caballos que ocasionalmente pasaban y los pasos de los pocos viandantes que caminaban hacia la estación bajo el agua y la oscuridad.  Esta no era muy grande para la cantidad de trenes que por allí pasaban diariamente, pero el edificio estaba recién construido, por lo que era la estación más moderna de la ciudad.

Cuando entró, Richard, sin sacarse la empapada capa que llevaba, bajo la que había podido cubrirse él y su pequeña maleta con lo poco que le quedaba, se dirigió al mostrador y compró un billete para el próximo tren con dirección a Scarborough. "Con suerte", pensó, "llegaría al cuartel a tiempo para ingresar ese mismo día, no podría permitirse una habitación en una pensión". Cuando ya lo tuvo, se dirigió al andén, donde vio a tres jóvenes con sus familias y sus amigos. "Seguro que también van hacia Scarborough para ingresar  en el ejército para poder optar a una vida mejor que la que les espera si se quedan aquí...". El ruido de un tren que se aproximaba a la estación le sacó de sus pensamientos. Se levantó y esperó a que este llegara y parara. Se abrió la puerta del vagón pero nadie bajó, por lo que decidió que era el momento de subir. Con el rabillo del ojo vio como los chicos hacían lo mismo dejando atrás a gente que les despedía con lágrimas. Antes de entrar, miró hacia atrás con tristeza, nadie había allí para él, nada dejaba atrás: todo lo suyo lo tenía en la capa y la maleta. Con paso firme montó y entró. Llegó a su compartimento y se sentó en uno de los dos sitios sin cerrar la puerta corredera, por si otro pasajero decidía ocuparlo.

Ya se podía escuchar la campana de aviso y el grito del revisor diciendo "¡pasajeros al tren!" para anunciar su próxima partida, cuando una figura oscura apareció en el andén y se subió en el mismo vagón que Richard, se instaló en el otro puesto y, sin decir nada, corrió la puerta. Una vez se hubieron cerrado todas las entradas a los vagones, con un fuerte silbido, el tren retomó su camino, que bien iba a durar unas cinco o seis horas, hacia Scarborough, donde el joven Richard iba a poder empezar de cero: su vida tendría un nuevo comienzo...

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