viernes, 29 de mayo de 2015

Recuerdos

El joven cazador abrió los ojos y vio todo blanco: ningún árbol, ningún arbusto. Nada. Solo un techo y unas paredes de mármol. Sus ropas de cazador habían sido cambiadas por unos ropajes blancos, parecidos a un hábito, cruzados por una cinta azul con unas letras cosidas en oro en una lengua que desconocía. En el pecho, bordado, había un escudo rectangular con el fondo azur y dos peces cruzados en el centro, encuadrados por gotas de color cian. No lo reconoció.

Se levantó de la cama y se dirigió hacia una puerta de abedul de esa habitación. Asió el pomo de oro, la giró y la abrió. La película de polvo que lo recubría le dejó la mano gris. 

“¿De quién será esta casa? Por la cantidad de polvo que había en ese pomo seguro que desde hace tiempo que aquí no hay nadie…” Se dijo al tiempo que se frotaba las manos para que desapareciera el color gris.

La cruzó y se encontró ante un pasillo con puertas a los lados y una potente luz en el otro extremo. Caminó hacia ella, intentando abrir, sin éxito, ninguna de las otras puertas laterales. Conforme se acercaba pudo distinguir los contornos de una puerta. Oía de fondo el murmullo del agua. Cruzó la apertura y se encontró en un balcón delante de un gran lago. Caminó hasta la balaustrada. Miró hacia todos los lados pero no veía más que la inmensidad y, a lo lejos, cubierto entre bruma, una montaña oscura.

Oyó una puerta abrirse y se giró. Junto a la que él había usado para salir, se había abierto otra y una sombra estaba al fondo. La siguió a paso rápido pero cuando llegó donde estaba, ya había cruzado la esquina. Caminó aun más veloz y de nuevo la sombra había sido más rápida. Al final del pasillo había otra puerta, esta vez entreabierta. Se acercó a paso lento. Salía una tenue luz de ella. La abrió y entró.

“Hola, Finn, hijo de Ion” dijo una voz profunda.

Asustado, el joven se giró y vio a un anciano con pelo canoso y larga barba. Llevaba como él unas vestimentas blancas, pero en el cinto tenía además una espada. Estaba de pie, en el centro del gran salón, junto a una larga mesa de madera de pino negro, que era el único mueble que había. 

“Tranquilo, no te haré nada malo” siguió hablando el anciano. “Al fin y al cabo, eres sangre de mi sangre, y yo jamás daño a los míos.”

“¿Quién es usted? ¿Dónde estoy?” articuló Finn, que era lo único que pudo decir. Estaba admirado por la altura de esta habitación y, a su vez, por la sensación de vacío que daba al solo haber una única mesa, iluminada por los rayos solares que cruzaban todas las ventanas para impactar sobre ella.

“Estás en la casa de Ion” respondió con tranquilidad. “Es decir, en mi casa. Estás…”

“¿Cómo puede ser que estuviera en el Bosque Oscuro cazando y que, de repente, esté aquí ahora?” Le espetó, cortándole.

“¡Ah!” volvió a empezar con cara de asombro el anciano. “Veo que no lo entiendes. Mi casa no es un lugar físico. Está en la cabeza de todos los miembros de mi familia, es aquello que les permite ser llamados hijos de Ion. Tú sigues estirado allí donde has cazado a la cierva y donde ha aparecido Lady Genvra, pero tu cerebro ha vuelto, por primera vez desde hace dieciséis años, a tus recuerdos anteriores a que sucumbieras ante el Señor del Bosque.”

“Pero yo no recuerdo nada de esa supuesta época: yo siempre he vivido en el Bosque con mi familia y nunca he luchado contra ese Señor del que habláis” respondió el joven.

“Por eso la casa te da la sensación de estar vacía. Porque te han hecho olvidarlo todo. Te lo ocultaron.” Paró un momento. “Ya es hora de que recuerdes quién eres y para esto Lady Genvra te ha enviado aquí. Acércate, hijo.” Le dijo al joven haciéndole una seña hacia la mesa.

Con desconfianza y con paso firme caminó hasta la mesa. Había un libro sobre ella con la cubierta de color azul marino y un escudo idéntico al que estaba cosido en su pecho. “¿Qué es esto?” Preguntó al anciano.


“Tus recuerdos” 

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