El joven cazador abrió
los ojos y vio todo blanco: ningún árbol, ningún arbusto. Nada. Solo un techo y
unas paredes de mármol. Sus ropas de cazador habían sido cambiadas por unos
ropajes blancos, parecidos a un hábito, cruzados por una cinta azul con unas
letras cosidas en oro en una lengua que desconocía. En el pecho, bordado, había
un escudo rectangular con el fondo azur y dos peces cruzados en el centro,
encuadrados por gotas de color cian. No lo reconoció.
Se levantó de la cama y
se dirigió hacia una puerta de abedul de esa habitación. Asió el pomo de oro,
la giró y la abrió. La película de polvo que lo recubría le dejó la mano
gris.
“¿De quién será esta
casa? Por la cantidad de polvo que había en ese pomo seguro que desde hace
tiempo que aquí no hay nadie…” Se dijo al tiempo que se frotaba las manos para
que desapareciera el color gris.
Oyó una puerta abrirse
y se giró. Junto a la que él había usado para salir, se había abierto otra y
una sombra estaba al fondo. La siguió a paso rápido pero cuando llegó donde
estaba, ya había cruzado la esquina. Caminó aun más veloz y de nuevo la sombra
había sido más rápida. Al final del pasillo había otra puerta, esta vez
entreabierta. Se acercó a paso lento. Salía una tenue luz de ella. La abrió y
entró.
“Hola, Finn, hijo de
Ion” dijo una voz profunda.
Asustado, el joven se
giró y vio a un anciano con pelo canoso y larga barba. Llevaba como él unas
vestimentas blancas, pero en el cinto tenía además una espada. Estaba de pie,
en el centro del gran salón, junto a una larga mesa de madera de pino negro,
que era el único mueble que había.
“¿Quién es usted? ¿Dónde
estoy?” articuló Finn, que era lo único que pudo decir. Estaba admirado por la
altura de esta habitación y, a su vez, por la sensación de vacío que daba al
solo haber una única mesa, iluminada por los rayos solares que cruzaban todas
las ventanas para impactar sobre ella.
“Estás en la casa de
Ion” respondió con tranquilidad. “Es decir, en mi casa. Estás…”
“¿Cómo puede ser que
estuviera en el Bosque Oscuro cazando y que, de repente, esté aquí ahora?” Le
espetó, cortándole.
“Pero yo no recuerdo
nada de esa supuesta época: yo siempre he vivido en el Bosque con mi familia y
nunca he luchado contra ese Señor del que habláis” respondió el joven.
“Por eso la casa te da
la sensación de estar vacía. Porque te han hecho olvidarlo todo. Te lo
ocultaron.” Paró un momento. “Ya es hora de que recuerdes quién eres y para
esto Lady Genvra te ha enviado aquí. Acércate, hijo.” Le dijo al joven
haciéndole una seña hacia la mesa.
Con desconfianza y con
paso firme caminó hasta la mesa. Había un libro sobre ella con la cubierta de
color azul marino y un escudo idéntico al que estaba cosido en su pecho. “¿Qué
es esto?” Preguntó al anciano.
“Tus recuerdos”
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