miércoles, 5 de agosto de 2015

El Escudero

Volvió a mirar al libro después de pasar de página. En la siguiente imagen, el joven de pelo negro y ojos azules claro recibía una espada de un hombre de pelo entrecano y mirada cansada en la orilla de un lago. Por el color del cielo, parecía que acabara de amanecer. A unos metros de ellos, tres figuras con armadura, pero sin casco, observaban. Como establecía la ceremonia, los tres testigos debían vestir la armadura de gala pero sin cubrirse la cabeza, de manera que el casco lo aguantaban con la mano derecha. Con la mano izquierda sujetaban una lanza con sus respectivos pendones, que probaban que eran realmente caballeros. El del primero tenía un escudo rectangular con el fondo azur y dos peces cruzados en el centro, encuadrados por gotas de color azul. El del segundo estaba dividido por una franja diagonal de color burdeos, con los peces encuadrados de su familia en la parte superior y un Sol naciente naranja sobre azul oscuro en la inferior. El del tercero también tenía dos campos: el derecho tenía el fondo azul con el escudo familiar y el izquierdo un león rampante rojo sobre fondo blanco. Ellos, su padre y sus hermanos mayores, eran los testigos del nombramiento de Finn como escudero de un señor de la otra orilla del Lago: el Conde de Loxstide.

Finn recordó la escena como si la acabara de vivir. La espada era antigua, de hierro y más pesada de lo normal, por eso solo la usó ese día. Como el Sol acababa de salir, aún hacía el frío nocturno que caracteriza las tierras del condado de Loxstide y tenía las manos agarrotadas y doloridas de aguantar la espada sin nada más que su piel. Después del juramento, su padre y sus hermanos volvieron al barco que les llevó de nuevo al Señorío de Ion, el segundo más grande y rico después de la Ciudad. Allí lo dejaron. Allí estuvo Finn cuatro años, entre los doce que tenía en ese momento y los dieciséis, cuando lo nombrarían caballero. Fue en esa época cuando decidió que probaría suerte como caballero errante, pues no le gustaba la vida en el castillo: él prefería viajar. También fue en ese tiempo cuando conoció a una persona que iba a influir mucho en su vida, hasta el punto de enviarle a una misión con un final incierto.

Finn miró a su alrededor. Junto a la mesa y los candelabros, habían aparecido unas sillas, no ya de madera de roble, como serían las de un humilde cazador, sino de haya y cuero, con un escudo parecido al que tenía en el pecho tallado en el respaldo, dignas de un noble. Las paredes empezaban a tener tapices sobre la fría piedra. Ahora entendía lo que el anciano había dicho: conforme más recordaba, más llena estaba la habitación. Ya recordaba gran parte de su vida anterior al Bosque, su tiempo como Finn de Ion, el tercer hijo.

“¿Cómo puede ser que acabara en el Bosque Oscuro viviendo?” se preguntó. “¿Quién es ese Señor del que habló Lady Genvra? ¿Por qué me enfrenté a él?”. Intentó seguir recordando, pero no tuvo éxito.


Silbó el viento y entró en la habitación moviendo las cortinas de blanca seda. “Finn, soy yo” oyó que decía una voz de mujer joven que llegó con la brisa del Lago. “Finn, recuérdame” escuchó de nuevo. Cuando se fue ese dulce sonido, se dio cuenta Finn que la página ya había sido pasada.

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