martes, 4 de agosto de 2015

El tercer hijo

Para su sorpresa, no había ninguna letra escrita: solo un dibujo muy detallado con colores vivos. Se podía ver a un hombre de unos veinticinco años con una poblada barba pelirroja que tenía el pelo castaño y corto. Entre sus manos tenía a un frágil bebé. El hombre miraba con ternura al pequeño y le brillaban los ojos, como si unas lágrimas fueran a derramarse. Junto a él había una joven mujer de unos veinticuatro años con los ojos claros. Su pelo le caía liso sobre los hombros hasta la mitad de la espalda. Estaba tan bien pintado, que parecía que fuera seda en lugar de cabello. La pareja vestía unos trajes azules con un escudo rectangular que tenía el fondo azur y dos peces cruzados en el centro, encuadrados por gotas de color cian. Miraban ensimismados al pequeño.

Pasó la página y la imagen era diferente. Ahora podía ver a tres niños de diferentes edades jugando en un patio de armas. Los dos mayores hacían ver que eran caballeros y luchaban con espadas de madera. El más alto, que tendría unos diez años, era castaño, como su padre, y llevaba una protección de cuero sobre el traje azul cielo y rojo. El otro, con el pelo rojizo, de unos ocho años, vestía con de verde bajo la protección para los golpes similar a la de su hermano. A juzgar por las caras y las posiciones de cada uno, felicidad y estabilidad en el pelirrojo y furia en la mirada del castaño, Finn dedujo que el pequeño había golpeado al mayor y había ganado el asalto. El tercer niño estaba de espectador, sentado sobre unas maderas, asombrado por la manera de luchar de sus hermanos. Los miraba con admiración. Deseaba poder luchar con ellos y demostrar que era igual o mejor, pero, aunque tenía ya su propia espada de madera, era demasiado pequeño para hacerlo. El pequeño, de unos seis años, dibujaba con un palo en la tierra del suelo mientras observaba atentamente con sus ojos azul claro a sus hermanos y la brisa removía su pelo negro como la noche sin Luna.

Súbitamente, Finn sintió que estaba allí, viendo a sus hermanos pelear como verdaderos caballeros, bajo la atenta mirada del maestro de armas. Se dio cuenta entonces de un error en la imagen. En aquel patio no estaba la puerta abierta desde la que el maestro vigilaba cada movimiento y ataque para corregirlos cuando hubieran acabado o intervenir, en caso necesario. Cerró los ojos y los abrió de nuevo. Ahora sí estaba: detrás de los hermanos, en el fondo, la silueta de un hombre se veía recortada ante una puerta que antes no estaba allí. Esa era la verdadera escena.


Finn levantó la vista del libro y notó algo diferente en la sala. Parecía que todo brillase más. Los candelabros, antes mates, ahora parecía que los hubieran bruñido y, con la luz que entraba, relucían. La tela de las cortinas ya no era gris, sino de un blanco inmaculado. El joven sintió que, en su interior, algo estaba cambiando.

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