Nubes negras se acercaban por el
este. Las órdenes se vociferaban de barco en barco. Los remos
empezaron a moverse y las naves avanzaron hacia la orilla. Poco después,
encallaron.
Desembarcaron todos los
tripulantes. Los diez primeros de cada navío fueron a preparar una zona en la
que establecer el campamento para resguardarse y pasar la noche. Los siguientes
veinte llevaban cajas, barricas y sacos con toda la mercancía que
transportaban. Seguidamente, los domadores sacaron a los caballos y caminaron
con ellos para que se acostumbraran de nuevo a estar en tierra firme. Los
últimos en salir fueron los capitanes junto con sus guardias. Se reunieron
todos cerca del barco del general.
Su pelo canoso y su mirada
cansada delataban que era el mayor de los presentes. Su acento, aunque atenuado
por su tiempo surcando los mares y luchando en guerras ajenas, revelaba que era
thuliano.
–Recordad –les dijo–, sois comerciantes. Mañana, después
de formar una guarnición con miembros de cada uno de vuestros clanes para que
se queden guarneciendo los barcos, iréis a la ciudad y acamparéis con el resto
de personas de este gremio. Haced que vuestros soldados y sus familias no lo
olviden. Nadie debe saber quiénes sois realmente. Me uniré a vosotros ahí. Antes debo
ponerme al día de la situación del reino.
–Sí, señor –respondieron. Nada de
lo que les había dicho les sorprendió. Ya les había explicado su objetivo antes
de embarcarse.
El general se dirigió al domador
que tenía su caballo y los de su guardia.
–¿Están listos? –le preguntó–. No
cabalgarán más de dos kilómetros.
–Irán más lentos de lo habitual,
mi señor –contestó el joven–, pero no deberían verse impedidos.
–Muchas gracias, domador –le
respondió–. Nos vamos –dijo mirando a los dos soldados que le acompañaban.
Un rayo iluminó la escena. Un
segundo después, le acompañó el trueno. Montaron y apaciguaron a los animales. Las
primeras gotas acariciaron las manos del general mientras se
ponía la capucha.
Minutos más tarde, tres sombras
en forma de jinetes trotaban por la arena bajo un manto de lluvia fina. Su destino era un edificio situado
sobre una colina próxima a la playa.
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