jueves, 8 de diciembre de 2011

Los Duelos del Sadhill Saloon II

Aquí continúo con los Duelos del Sadhill Saloon:


Una vez se situaron a escasos metros de la escalinata que conducía a la puerta, el Sheriff Will expuso su plan para arrestar a Walt McAusten y su banda.

-Será simple, pero no fácil- dijo Will-. Ned y Mike subiréis uno por cada escalera y con vuestras escopetas nos cubriréis mientras nosotros intentamos detenerles por abajo. Wyatt, tú entrarás y te situaras junto al piano; y tú, Virgil, te dirigirás hacia allí- continuó el sheriff señalando una ventana a la izquierda de la puerta y cerca de la esquina-. De esta manera, Walt y su clan estarán en el centro y será más fácil matarles, si se resisten a ser arrestados por sus crímenes cometidos. Adelante.

Una vez dicho esto, Ned y Mike se dirigieron a las escaleras laterales del edificio, las subieron y entraron. Cuando cruzaron el umbral de la puerta, sacaron sendas escopetas y las cargaron para poder entrar en acción tan pronto como fuera necesario. Al acabar de prepararlas, se las escondieron debajo de la chaqueta y se acercaron a la barandilla del piso de arriba, desde donde actuarían. Esta empezaba por la derecha de la barra, ascendía junto con unas escaleras, cruzaba todo el pasillo y descendía de nuevo al piso de abajo. Después de mirar a los que estaban en el bar, Ned localizó a Walt y su banda en una de las mesas circulares. Eran siete e iban armados.

De repente, Mike vio como Rubio entraba, se dirigía junto al piano y hacía ademán de interesarse por el tipo de madera de este mientras se llevaba la mano derecha a la funda de su peacemaker. Poco después, Virgil cruzó la puerta y fue directamente a hablar con Ike, un viejo amigo suyo de la escuela que estaba en una mesa puesta en diagonal a la de Walt. Se apoyó en el respaldo de la silla de su antiguo compañero y, mientras hablaban, amartilló su Colt Dragoon. Al ver como el Tísico había hecho eso, Mike se preguntó si además de haber cargado su escopeta, la había montado. Espero que sí, se dijo. Ned, por su parte, quería que todo se acabara, pues presentía que el plan no iba a salir según lo previsto. Wyatt, mientras observaba como los parroquianos del Saloon bebían y jugaban, recordó aquel funesto día en el que su familia fue asesinada a sangre fría por un hombre con una cicatriz en el ojo y que en esos momentos estaba sentado en una mesa circular situada entre las escaleras del lado izquierdo. Por fin iba a vengarse, pensó, y a restablecer lo que él llamaba la “justicia universal”. Entonces entró Will.

Avanzó firmemente hacia la barra. No miró hacia los lados en ningún momento, pero notaba cientos de ojos puestos en él. Conforme se acercaba a esta, empezó a pensar en que ese acto iba a ser un punto de inflexión en su vida como sheriff, pues podría conseguir la gloria por haber arrestado a Walt y su banda o la muerte. Cuando llegó, miró fijamente al gran espejo, donde pudo ver la situación exacta de los forajidos.

-Póngame un whisky, por favor- le pidió amablemente al camarero.

Este cogió un vaso y la bebida de los estantes y los puso sobre la barra. Cuando Will escuchó el ruido del chocar contra la madera y del corcho al ser liberado de la botella, se dio cuenta del silencio que reinaba en el Saloon. Después de haberlo servido, el camarero se alejó del sheriff para ir a reponer la ampolla en su lugar. Entonces el Will se tomó todo el whisky de un trago. Se armó de valor. Cogió aire.

-¡Váyanse todos de aquí menos los siete a los que hemos venido a buscar!- dijo con fuerza.

Acto seguido, todos se levantaron de sus asientos, salieron por la puerta y dejaron el local desierto. Pero no del todo. Solo quedaron siete personas, aparte de la autoridad. Solo quedó una mesa ocupada. Era redonda. Había siete hombres sentados en ella. Tomando de nuevo la palabra, anunció:

-Walt McAusten, estáis todos arrestados, desenfundad vuestras armas y dejadlas en el suelo.

-Hey  sheriff, si quieres nuestras Colts, ven tú mismo a por ellas- respondió con chulería el jefe forajido.

Tras un breve silencio incomodo, se oyó a Wyatt decir con odio:

-¡Walt, Dios te ha dado una última oportunidad para arrepentirte y entregarte, aprovéchala!

A continuación, los miembros de la banda de McAusten se llevaron las manos a sus cartucheras. Amartillaron sus armas. El infierno se iba a desatar en aquella habitación.

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