miércoles, 9 de noviembre de 2016

Un reloj de bolsillo

Era un día otoñal en el que el frío viento movía las hojas caídas y avisaba de lo que se acercaba. La universidad, lugar dónde mucha gente de los alrededores pasaba las horas, estaba llena de vida: desde los alumnos con el reloj retrasado que siempre iban corriendo de aula en aula para, sin éxito, llegar a tiempo, hasta los que con una puntualidad británica estaban sentados en su sitio de clase con todo listo, pasando por los amantes de la libertad, del aire fresco y alérgicos a las habitaciones cerradas que se pasaban el día en el patio… aunque ese en concreto estaban cobijados entre las paredes de la cafetería con chocolates calientes y cervezas. Entre toda esta fauna, había uno que, si bien pertenecía a los dos primeros grupos, esta vez estaba escondido entre los últimos, en una mesa tranquila, mirando al infinito mientras jugaba a hacer girar con lo que parecía una moneda más ancha de lo habitual entre un café con leche fría y un croissant de chocolate. De fondo oía sin escuchar las conversaciones sobre un evento ocurrido en otro país que había sorprendido a todos: algo totalmente inesperado que iba a abrir un escenario mundial imprevisto.

Una brisa fría que se coló cuando una joven entró en el lugar le sacó de su ensimismamiento y levantó la mano izquierda para hacerle señas a la recién llegada. Esta, tras hacer lo mismo, se dirigió a la barra para pedirse un café solo. Iba tan elegante como siempre, de hecho, él no recordaba nunca haberla visto mal vestida. Con movimientos gráciles, con la taza en una mano y el bolso lleno en otra, cruzó la sala, llegó hasta la mesa, dejó su café delante del croissant y el bolso en una silla vacía y se sentó. En ese mismo momento, la supuesta moneda paró de rodar y, antes de que golpeara la mesa, él la cogió con la mano derecha, mientras la miraba a los ojos.

-Buenos días –dijo él con una sonrisa no acompañada por los ojos, que mostraban emociones contradictorias.

-¡Buenos días! –le respondió ella, radiante y sonriente-. Hacía mucho que no sabía de ti… ¿estabas enfadado? ¿Te ha pasado algo? –preguntó ella con extrañeza.

-No… -respondió él mirando la moneda-, he estado pensando, ordenando mi cabeza, descansando…

Ella no dijo nada porque sabía que había empezado a divagar y no quería interrumpir su discurso. Le conocía mejor de lo que él creía.

-…y he decido que quiero volver atrás en el tiempo y cambiar alguna cosa que ha pas…-estaba diciendo cuando ella hizo un movimiento ligero pero seco con la mano para cortarle.

-No digas eso, lo que te pasó no puedes cambiarlo –empezó ella a hablar-. Ha sido así y, por algún motivo, tenía que ocurrir. Sé que… -pero no terminó porque le dio un ataque de risa, probablemente porque más le valía reír que llorar.

-No, no, no –negó cuando ya se había calmado-. No hablo de eso –continuó fríamente-. Efectivamente, eso no puedo cambiarlo, pero no pienso ahora en ello. Hablo de nosotros. De lo que nos ha pasado. Quiero retroceder para cambiar algo que dije. Para evitar que saliera de mi bolígrafo una palabra de más en una tarde de encierro estudiantil de finales de marzo. Para no escribir la carta que nos hizo más mal que bien… 

Mientras decía esto había abierto su mano derecha. Lo que parecía una moneda, bien lejos de eso, era realmente un reloj de bolsillo muy especial.

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