Era un día otoñal en el que el frío viento movía las hojas caídas y avisaba de lo que se acercaba. La universidad, lugar
dónde mucha gente de los alrededores pasaba las horas, estaba llena de vida:
desde los alumnos con el reloj retrasado que siempre iban corriendo de aula en
aula para, sin éxito, llegar a tiempo, hasta los que con una puntualidad
británica estaban sentados en su sitio de clase con todo listo, pasando por los
amantes de la libertad, del aire fresco y alérgicos a las habitaciones cerradas
que se pasaban el día en el patio… aunque ese en concreto estaban cobijados
entre las paredes de la cafetería con chocolates calientes y cervezas. Entre
toda esta fauna, había uno que, si bien pertenecía a los dos primeros grupos,
esta vez estaba escondido entre los últimos, en una mesa tranquila, mirando al
infinito mientras jugaba a hacer girar con lo que parecía una moneda más ancha
de lo habitual entre un café con leche fría y un croissant de chocolate. De
fondo oía sin escuchar las conversaciones sobre un evento ocurrido en otro país
que había sorprendido a todos: algo totalmente inesperado que iba a abrir un
escenario mundial imprevisto.
Una brisa fría que se coló cuando
una joven entró en el lugar le sacó de su ensimismamiento y levantó la mano
izquierda para hacerle señas a la recién llegada. Esta, tras hacer lo mismo, se
dirigió a la barra para pedirse un café solo. Iba tan elegante como siempre, de
hecho, él no recordaba nunca haberla visto mal vestida. Con movimientos gráciles,
con la taza en una mano y el bolso lleno en otra, cruzó la sala, llegó hasta la
mesa, dejó su café delante del croissant y el bolso en una silla vacía y se
sentó. En ese mismo momento, la supuesta moneda paró de rodar y, antes de que
golpeara la mesa, él la cogió con la mano derecha, mientras la miraba a los
ojos.
-Buenos días –dijo él con una
sonrisa no acompañada por los ojos, que mostraban emociones contradictorias.
-¡Buenos días! –le respondió
ella, radiante y sonriente-. Hacía mucho que no sabía de ti… ¿estabas enfadado?
¿Te ha pasado algo? –preguntó ella con extrañeza.
-No… -respondió él mirando la
moneda-, he estado pensando, ordenando mi cabeza, descansando…
Ella no dijo nada porque sabía
que había empezado a divagar y no quería interrumpir su discurso. Le conocía
mejor de lo que él creía.
-…y he decido que quiero volver
atrás en el tiempo y cambiar alguna cosa que ha pas…-estaba diciendo cuando
ella hizo un movimiento ligero pero seco con la mano para cortarle.
-No digas eso, lo que te pasó no
puedes cambiarlo –empezó ella a hablar-. Ha sido así y, por algún motivo, tenía
que ocurrir. Sé que… -pero no terminó porque le dio un ataque de risa,
probablemente porque más le valía reír que llorar.
-No, no, no –negó cuando ya se
había calmado-. No hablo de eso –continuó fríamente-. Efectivamente, eso no
puedo cambiarlo, pero no pienso ahora en ello. Hablo de nosotros. De lo que
nos ha pasado. Quiero retroceder para cambiar algo que dije. Para evitar que
saliera de mi bolígrafo una palabra de más en una tarde de encierro estudiantil
de finales de marzo. Para no escribir la carta que nos hizo más mal que bien…
Mientras decía esto había abierto
su mano derecha. Lo que parecía una moneda, bien lejos de eso, era realmente un
reloj de bolsillo muy especial.
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