domingo, 23 de julio de 2017

Caminos

“Dicen que no hay dos caminos iguales” empezó a decir la figura oculta de la luz en la esquina de la taberna. “Y eso no puedo negarlo, pero sí hay indicios que te hacen pensar que este camino es parecido a otro que ya has recorrido”.

“¿Qué dice ese ahora?” preguntó al aire un parroquiano habitual con una jarra de cerveza en la mano que alzó hacia el anónimo y vertió parte del contenido sobre el suelo.

“¡Eh! No te exaltes” le espetó dueño del local. “Paga sus bebidas y no ofende a nadie, así que puede hablar tranquilamente. Si no quieres escucharle, tráete otra persona con la que hablar. Aunque te recomiendo que le des una oportunidad, suele decir cosas interesantes”.

El parroquiano miró con ira al hombre, dió un bufido y pegó un trago a la jarra: entre lo tirado y lo bebido, la mitad había desaparecido.

“Gracias, jefe, pero no hacía falta: suele pasarme” dijo el hombre oculto en la sombra con un tono risueño. “A lo que iba: no hay dos caminos iguales. Lo puedo asegurar: he recorrido muchos tanto a caballo, como a pie, como en una jaula de camino a una prisión, pero ninguno era idéntico al otro. ¿Parecidos? Sin duda”. Se llevó el vaso que tenía a la boca. Bebió. Lo alzó y lo volvió a apoyar en su sitio. Cerró los ojos y levantó la cabeza para oler la mezcla del aroma de la madera de las paredes del edificio con el del fuego y el de los alimentos servidos entre la gente que estaba allí en ese momento. Es tan acogedor, pensó,  es como si estuviera de nuevo en casa. “Esto me recuerda a algo… Sí. Me acuerdo. Lo veo…” se hizo el silencio. “Cerrad los ojos y mirad vosotros también” les ordenó.

“Estáis siguiendo un sendero curvo que atraviesa un bosque. Podéis oler la naturaleza: la lluvia recién caída, los tréboles, el césped, los arbustos, las nomeolvides y otras flores que crecen alrededor del camino que seguís. Algunos árboles se entrelazan entre sí ahora. Más tarde se unen de los dos lados y os cubren del Sol, haciendo así que sintáis escoltados, protegidos. A lo lejos, aparece un claro con una pequeña casa de madera. Vais directos hacia ella porque es allí donde os dirigís. Habéis llegado, por fin. Abrís la puerta y dais un paso. De repente, oscuridad. Estáis cayendo. Las paredes de madera se ven sustituidas por unas de tierra oscura. Alzáis la cabeza. Os estáis alejando de la luz. Miráis con miedo hacia abajo. Oscuridad. Nada. Entonces, una mano os ase con fuerza, dais una sacudida, pero vuestra caída acaba. Volvéis la vista hacia arriba y una gran luz os impide identificar a quien está tirando de vosotros hacia arriba. Estáis cegados, pero sabéis que alguien os está ayudando. Cuando os dais cuenta, ya no estáis siendo llevados a la luz, sino que estáis una vez más en la superficie: donde habíais visto una casa, ahora no hay más que un agujero. Agradecéis al aire, al Creador, al Ser Supremo que os ha ayudado y os vais de allí para no volver. Nunca.” Pasan unos segundos. Nadie dice nada.

“Pasado un tiempo, estáis avanzando por un camino ancho entre dos campos de trigo. Camináis tranquilamente hasta que, lentamente, cambia el paisaje. Lo que antes eran explanadas sin fin, ahora son explanadas de árboles. Alzáis la vista y veis que estáis entrando en un bosque. El sotobosque os es familiar, pero nunca lo habíais visto antes porque esta región es nueva para vosotros. Apreciáis en él tréboles y algunas flores diminutas con pétalos azules. Algunos árboles se entrelazan y, por la frondosidad del lugar, otros unen sus ramas superiores para daros cobertura. Repentinamente, observáis una bifurcación: un camino os lleva a un claro con una posada que tiene un carro y cuatro caballos  atados, mientras que el otro os lleva al corazón del bosque… o eso creéis, porque no veis que hay más allá. Estáis hambrientos, sabéis que en la posada podréis descansar y un carretero –cuyo carro puede ser que sea el que veis… o no– que salió por la mañana, antes que vosotros, os recomendó pasar porque tenían la mejor comida de la región. Ahora bien, en la última aldea os dijeron que en el corazón del bosque se hallan ocultos secretos que todo viajero quiere descubrir.

Es cierto, los caminos pueden volver a encontrarse, puede ser que confluyan en la posada. También es posible que no sea así. Tenéis motivos para seguir cualquiera de los dos: el hambre, los consejos, la búsqueda, la curiosidad, el miedo… El primer camino os es familiar, pero puede que no sea igual que aquel que recordáis y, si lo fuera, tampoco sabéis si volveréis a ser salvados. El segundo no sabéis cómo será: solo que el hambre hará estragos, el cansancio también y, por ello, sufriréis, pero a eso os podréis acostumbrar.  Es una disyuntiva total: o uno u otro, pero no los dos. ¿Cuál escogeríais?”

Cuando pronunció la última palabra, con un suave movimiento de mano, se puso un sombrero, dejó caer unas monedas junto al vaso a medio y se fue. Caminó unas horas y se paró en seco. Ante él podía ver un camino complicado, con florecitas azules, en el que a través de la comprensión de la tierra, podría salvar cualquier obstáculo y llegar al refugio al que parecía dirigir donde sería acogido con gratitud y algún tipo de estima. Ahora bien, junto a este, había otro. Otro en el que sabía que no habría tanta estima por aquellos que le esperaban en el refugio y que incluso podía dañar a alguien de ahí, pero que quizás podía liberarle. Sí, sabía que algo le dolería porque se apartaría silenciosamente de gente a la que quería –y, como en el primero, había nomeolvides que se lo recordarían-, pero eso podría llevarle a encontrar algo mágico. Le llevaría al corazón del bosque.

Recordó entonces al poeta Frost, que decía:

Dos caminos se bifurcan en un bosque y yo,
yo tomé el menos transitado
y eso hizo toda la diferencia


Sabía que tenía que avanzar, pero tenía miedo por lo que podría pasar, por la diferencia que iba a hacer, si tomaba, como en el fondo de su corazón susurraba una voz, el que se apartaba del refugio.

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